Jose Vasconcelos y Jaime torrez
Bodet
José Vasconcelos (1882-1959), llegó
a la rectoría de la Universidad Nacional de México en 1920, teniendo ya en
mente un proyecto de redención espiritual para los mexicanos, que debía
realizarse por medio de la educación y
la cultura, a partir del cual se intentaría definir y fortalecer la identidad nacional. Dicho proyecto se hizo realidad con
la fundación de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en septiembre de 1921.
Jaime Torres Bodet (1902-1974), fue
un destacado colaborador de Vasconcelos. Pasó de ser su secretario particular en la Universidad, a ser
el jefe del Departamento de Bibliotecas de la SEP desde su creación hasta
noviembre de 1924. Posteriormente ocupó la dirección de dicha Secretaría en dos
ocasiones: los últimos tres años del
gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y durante el sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964). En
medio de esos periodos, ocupó eficazmente el cargo de director general de la UNESCO (1948-1952).
El que ambos se hayan ocupado de la
cartera educativa de México, ya es razón suficiente para ser valorados por los mexicanos, sin embargo,
no es ésta su única coincidencia ni su único mérito.
Lo que motiva a este artículo es,
justamente, destacar el valor y la semejanza del pensamiento y la
acción de José Vasconcelos y de
Jaime Torres Bodet.
El texto está estructurado en tres
apartados, los cuales, en un constante paralelismo entre Vasconcelos y Torres
Bodet, desarrollan los siguientes objetivos: 1) destacar en ambas
autobiografías aquellas circunstancias
que influyeron en la afirmación de su personalidad y sus convicciones; 2) mostrar la semejanza de algunos proyectos que
emprendieron siendo secretarios de educación, en especial, las campañas de alfabetización y la
promoción de la lectura, y 3) puntualizar las convicciones educativas que
determinaron la orientación de su proceder al frente de la SEP.
Las fuentes principales que se han
empleado para ello son las cuatro obras autobiográficas de
Vasconcelos y los seis volúmenes de
las memorias de Torres Bodet, así como sus compendios de
discursos, entre otros comunicados
oficiales de la SEP y libros especializados. La metodología se-
1 Ulises criollo (1935), La tormenta
(1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939).
2 Tiempo de arena (1955), Años
contra el tiempo (1969), La victoria sin alas (1970), El desierto internacional
(1971), La tierra prometida (1972) y
Equinoccio (1974).
3 Vasconcelos, J. (1950). Discursos
(1920-1950), México, Ediciones Botas / Torres Bodet, J. (1965). Discursos
(1941-1964), México, Editorial Porrúa.María del Pilar Macías Barba 10 Revista
Interamericana de Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio -
diciembre de 2011 guida ha sido el
estudio detenido de dichas fuentes, haciendo de ellas un análisis reflexivo en
busca de la comprensión de las
categorías de investigación previamente establecidas. La tarea primordial en la elaboración del artículo ha sido:
realizar una correcta interpretación, una clara explicación y una coherente comparación del pensamiento y la
obra de Vasconcelos y de Torres Bodet.
Coincidencias y divergencias en la
vida de José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet El hecho de que tanto José
Vasconcelos como Jaime Torres Bodet hayan escrito su autobiografía, es prueba fehaciente del interés y la
dedicación de ambos por narrar su historia personal. Cabe destacar que la diferencia de estilo en sus
textos es evidente, como evidente es su distinta personalidad. En su autobiografía,
Vasconcelos cuenta su vida, polémica y polifacética, expone sus actos y motivaciones, que fueron a un tiempo causa y
consecuencia de sus fuertes pasiones. En ella revela
su intimidad. A este respecto,
Emmanuel Carballo comenta lo siguiente:
Cuando Vasconcelos da a la
publicidad los cuatro tomos de sus memorias se produce una bomba en el mercado del libro. Los lectores toman
partido: unos piden la cabeza del cínico (y a veces su tronco y extremidades) y otros solicitan para
ese mexicano exhibicionista o sincero el reconocimiento y los parabienes de la
patria. Se establece así la polémica, y casi tan curioso como extraño, los libros en cuestión se convierten en best
sellers y más que muy vendidos se vuelven muy leídos y comentados (citado por González, 1998: 41).
La autobiografía de Torres Bodet, en
cambio, es la ocasión del poeta para narrar sus actuaciones
como funcionario público y exponer
algunas de sus reflexiones como artista, pues dentro de estos dos roles, sintió “vivir a medias”. Octavio Paz
comenta que la elegancia y la reserva con que Torres Bodet oculta su vida íntima se vuelve un misterio
dramático y que, en cambio, en lo que respecta a la historia del hombre público, parecieran sus memorias un
informe burocrático “la narración se vuelve plana, los retratos son más amables
que incisivos y se esfuman las aristas de los conflictos. La diplomacia es mala
consejera literaria” (Paz, 1994: 10). Y es que efectivamente, con frecuencia,
en su autobiografía más que contar momentos
de su vida personal, reseña episodios nacionales e internacionales y su
participación en ellos como funcionario
público, momentos en los que Torres Bodet reconoce “huellas de su existencia”.
Lo anterior no es una característica
deleznable, por el contario, ya que aprovecha, como pocos intelectuales con
cargos públicos, para exponer y desarrollar las ideas y principios que
orientaron sus funciones: “siempre que subí a una tribuna, en México o en
India, en Quitandinha o en Bogotá, en París o en Colombo, en El Cairo o en Nueva York, quise
expresar simultáneamente una verdad personal y un estímulo destinado a la acción de quienes me
oyesen” (Torres, 1965: 9).
De ahí que, para acercarse a Torres
Bodet, haya que recurrir tanto a sus memorias como a sus discursos. Él mismo se
percató de ello, comenta en Equinoccio: “al revisar los capítulos que preceden,
me doy cuenta de que la historia, en
aquellos años, fue para mí una forma profunda de biografía. Salvo en periodos de íntima pesadumbre, como al
deplorar la pérdida de mi madre, el funcionario y el hombre formaron un solo ser” (Torres, 1981 [1974]:
697).
Además de auto-biografiarse, la
principal coincidencia entre José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet es que ambos fueron secretarios de educación
pública de México. Hay otras similitudes más sutiles pero José Vasconcelos y
Jaime Torres Bodet Revista
Interamericana de Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio -
diciembre de 2011 11 con marcadas
repercusiones. Ambos fueron hijos de familias de clase media, privilegiados al
no padecer estrecheces económicas, al
tener acceso a la educación y al gozar de un ambiente familiar que promovía la cultura y el conocimiento.
Vasconcelos creció durante “el
porfiriato”, época cuyo lema era “orden y progreso”, pero llena de
desigualdades sociales, de ignorancia y de pobreza en amplias zonas rurales del
país, y esto lo palpó desde temprana
edad gracias a sus continuos viajes y cambios de residencia. Los viajes de
infancia son parte de la gestación del carácter de Vasconcelos, y supusieron la
oportunidad de tener una íntima conciencia de su pueblo y su país.
Comentaría años después que “viajar
es ir repartiendo pedazos del corazón. Este crece después
y se renueva, pero de pronto tenemos
la sensación del agotamiento sentimental. Es muy difícil conocer un pueblo y no
amarlo” (Vasconcelos, 1956: 7). De ciudad en ciudad fue percibiendo la riqueza de las tradiciones, los recursos y las
posibilidades de México, pero también observó los obstáculos para su
desarrollo. Mientras vivió en la frontera y en otros momentos de exilio, pudo
comparar día a día el descuido y abandono de los pueblos mexicanos, con el
progreso material de Norteamérica.
De sobra comprendía que, en otros
terrenos, no tenía nada que envidiar al país vecino, pues se sabía poseedor de una gran herencia
cultural. Sin embargo, hubo de reconocer también que a México le hacía falta un impulso que lo
lanzara a una nueva lucha, la de reconocerse en su cultura
y proyectar las capacidades de su
identidad nacional. Desde entonces surge su interés por la educación, por
aquella que busca el desarrollo del espíritu además de la especialización
técnica. Dicho interés también surgió
directamente de la observación escolar, mientras cursaba el último año de
primaria en el Instituto de Campeche, pues fue ocasión de padecer los pasivos,
rutinarios y memorísticos métodos de enseñanza, por contraste con la alegría y
el reto que representaba cada clase en su
antigua escuela de Eagle Pass. Además empezó a ver el descuido material que
reinaba en algunas de las escuelas
mexicanas.
La infancia de Torres Bodet
discurrió tranquilamente en la capital a finales del porfiriato. La
Ciudad de México ofrecía ventajas
como el acceso a producciones culturales y artísticas, al transporte y demás
servicios que proporcionaban un notable bienestar material. Consecuentemente,
se mantuvo alejado de la realidad del
resto del país, que era desconocida o ignorada para la mayor parte de la
población capitalina. No tuvo mucho contacto con los estados hasta que fue
secretario particular de Vasconcelos, cuando en 1920 realizaron giras para
conseguir el apoyo para la creación de la
SEP. Gracias a estos viajes, a sus 20 años, fue conociendo las ciudades, los
paisajes y especialmente los rostros de
un país que le mostraba “de repente, la intimidad de una patria nunca expresada
del todo” (Torres, 1981 [1955]: 87).
Posteriormente, sus constantes
viajes y estancias en el extranjero, como diplomático mexicano
y funcionario internacional, también
le sirvieron para palpar las desigualdades entre las “grandes
naciones” y las “naciones débiles”.
Por ello quiso trabajar desde la tribuna internacional a favor de la solidaridad entre los hombres y reconoció
que la educación del pueblo era el camino para lograr
el desarrollo económico, social y
moral. Estaba convencido de que, mediante la formación cívica,
había que sembrar en los corazones
de las jóvenes generaciones un vivo deseo de libertad, un verdadero espíritu de
justicia y una auténtica voluntad de paz.
En cuanto a su personalidad,
Vasconcelos mostró siempre un temperamento apasionado, fuerte
e inquieto. Compartió la atención de
sus padres con el resto de sus hermanos, lo cual no impidió María del Pilar
Macías Barba 12 Revista Interamericana de Educación de Adultos Año 33 • número
2 • julio - diciembre de 2011 que
tuviera una estrecha relación con su madre. Por otra parte, los continuos
cambios de residencia y,
consecuentemente, de escuelas, obligaron a Vasconcelos a adaptarse a la
convivencia con personas distintas,
cuyos comportamientos y costumbres podían variar dependiendo de las regiones en
que habitaban. Inclusive tuvo que
acostumbrarse a ser el niño mexicano en una escuela en la que sus compañeros eran en su mayoría estadounidenses,
debió comunicarse en un idioma que no era el suyo, e incluso defender “a puños”
la valía de lo mexicano. Además, al ingresar en la Escuela Preparatoria se
separó de su familia y vivió tanto en pensiones tuteladas como en departamentos
de estudiantes. Todo esto contribuyó a forjar en él una personalidad fuerte e
independiente, de convicciones sólidas y definidas.
Torres Bodet en cambio, fue un niño
tímido e introvertido, lo cual contribuyó al desarrollo de su
sensibilidad e inteligencia
penetrante. Además de ser hijo único estuvo principalmente rodeado de
personas adultas durante su
infancia, y tuvo poco contacto con niños de su edad, ya que recibió de
su madre la enseñanza oficial en
casa, en su habitación que hacía las veces de aula improvisada. Así, Torres
Bodet fue consolidando una personalidad solitaria, pero más tarde llegaría a
comprender la solidaridad como ninguno. Desde pequeño aprendió en su hogar la
disciplina y el sentido del deber, conoció las ventajas de la libertad del
autodidacta para adquirir diversidad de conocimientos, y recibió una sólida
formación del carácter compatible con la sensibilidad.
Fue justamente para que Torres Bodet
interactuara con más niños, que ingresó a la primaria en
la Escuela Anexa a la Normal de la
ciudad de México donde inició su convivencia cotidiana con el
resto de estudiantes. Él prefería
actividades recreativas tranquilas, en contraposición con la incesante
actividad de la mayoría de los chicos de su edad. Durante la época escolar su
madre siguió al tanto de sus estudios y amigos, en ocasiones limitando con
sobreprotección la necesaria autonomía de la adolescencia.
Torres Bodet recordaba a su madre
como una mujer perfeccionista y discreta, que se consideraba
indigna del menor lujo, que poseía
una gran sensibilidad reprimida, y que encontraba desahogo para su melancolía
en el silencio y la soledad. Sorprendido de tal defensa de la intimidad,
encontró que él mismo era igual de reservado que su madre, y aprendió de ella
la importancia del cumplimiento del deber: “Desde chico, me había enseñado mi
madre a preferir las dificultades a los placeres, las privaciones a los excesos
–y a no gustar de ninguna dicha sino escanciada en la copa de un acto puro–.
Verdad, belleza y virtud eran para ella ideales indisolubles; o, por lo menos,
aspiraciones convergentes” (Torres,
1981 [1955]: 67).
Torres Bodet tenía 41 años, y era
Subsecretario de Relaciones Exteriores, cuando murió su madre.
Esta ausencia marca la ruptura de
una sólida relación filial mantenida a lo largo de su vida, lo que provocó en
él fue una promesa no solicitada: decidió reforzar la enseñanza más preciada
recibida de ella:
el deber de cumplir con el deber.
Así lo comenta en Equinoccio: “En lo sucesivo, tendría que aceptar
una responsabilidad
incuestionablemente más grave: el deber de ser. Defraudarla, después de muerta,
constituiría una traición” (Torres, 1981
[1974]: 688).
Como Torres Bodet, también
Vasconcelos reconoció la influencia que su madre ejerció en su vida,
pues tenían una estrecha relación y
una íntima comunicación. Sin embargo cuando ella muere, Vasconcelos era apenas
un estudiante de preparatoria, tenía 18 años. Esta importante ausencia provoca
en Vasconcelos el alejamiento de la enseñanza más encarecida de su madre: el
catolicismo. Se dio la libertad de “pecar a su gusto”, cuenta en el Ulises
criollo: “el desastre de mi amor materno para el cual José Vasconcelos y Jaime
Torres Bodet Revista Interamericana de
Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio - diciembre de 2011 13
No aceptaba consuelos, la negación
despiadada del milagro que pudo restituirle la salud, me mantenía en rebelión anti sentimental y antimística”
(Vasconcelos, 2000 [1935a]: 171).
La madre de Vasconcelos se había
ocupado con esmero de reforzar la fe católica de sus hijos, de
Hacerlos buenos practicantes con
firmes convicciones. Extremó su afán con él desde que ingresó a la escuela de
Eagle Pass, ya que –según pensaba– debido a la diaria convivencia con los
“yankees”, estaría expuesto a
confundirse con las creencias y libertades protestantes, lo cual pondría en
peligro su fe.
Para afianzarle en la religión y
brindarle un adecuado nivel cultural, su madre también se encargaba de señalarle
lecturas en casa, que, además, servían para que Vasconcelos fortaleciera el
patriotismo con que sus padres defendían y querían a México, y así lo recuerda
en sus Memorias:
El afán de protegerme contra la
absorción por parte de la cultura extraña, acentuó en mis padres el propósito
de familiarizarme con las cosas de mi nación; obras extensas como el México a
través
de los siglos y la Geografía y los
Atlas de García Cubas estuvieron en mis manos desde pequeño
(Vasconcelos, 2000 [1935a]: 45).
Vasconcelos aprendió de su madre la
afición por la lectura, mediante la cual fue adquiriendo una
buena preparación en distintas áreas
de la cultura. Durante las charlas que sostenían sobre los temas de sus
lecturas, su madre lo orientaba en toda clase de materias. Con cada cambio de
residencia, ella llevaba consigo una pequeña biblioteca de volúmenes
indispensables, ese fue el primer ejemplo de biblioteca ambulante que tuvo
Vasconcelos, del que aprendió que los libros deben estar siempre cerca de las
personas, al igual que las más imprescindibles pertenencias.
De igual manera, Torres Bodet
aprendió de su madre el gusto por la lectura, pero los contenidos de estudio no
versaron sobre temas religiosos. Los libros elegidos tampoco ayudaban a
fomentar un sentimiento patriótico, su madre era francesa y su padre de
ascendencia española, y le inculcaron el aprecio por otras culturas, lo que
debió fomentar en él un creciente interés internacional, que lo llevaría a
ingresar al servicio exterior mexicano. Torres Bodet fue uno de los mexicanos
más internacionales de su tiempo, en todos sus cargos públicos demostró su afán
y capacidad de conciliación y cooperación; el suyo fue un discurso político de
solidaridad y democracia.
Vasconcelos nació en el seno de una
familia tradicional y nacionalista, se alimentó del orgullo de
su raza mexicana, y se desarrolló en
él el afán por definir, defender y consolidar la identidad mexicana, fruto
nuevo y digno de la fusión de las sangres y culturas indígena e hispánica. La
propuesta de unidad de Vasconcelos, surgida en parte por las circunstancias y
de las ideas iberoamericanistas de la época, es el mejor referente mexicano del
discurso ideológico identitario.
Evidentemente la lectura fue
determinante en ambos, su extensa producción literaria lo demuestra. Además, a
la hora de acercarse al conocimiento, ambos lo hicieron en gran medida de modo
autodidacta. Por su parte, Torres Bodet sólo se interesó en escribir obras de
literatura en sus distintos géneros. Vasconcelos, fue más disperso y ecléctico,
escribió sobre temas que van de la literatura y la historia, a la filosofía y
la sociología.
Desde niño, aficionado a la lectura
y la reflexión, Vasconcelos quería ser filósofo: “la palabra filósofo me sonaba
cargada de complacencia y misterio. Yo quería ser un filósofo. ¿Cuándo llegaría
a ser un filósofo?” (Vasconcelos, 2000 [1935a]: 49).
Sin embargo en el momento de elegir
la profesión, bajo el régimen porfirista, no tuvo la opción de
cursar estudios humanísticos. Así
que eligió la Facultad de Jurisprudencia “por eliminación”: optó por María del
Pilar Macías Barba 14 Revista Interamericana de Educación de Adultos Año 33 •
número 2 • julio - diciembre de 2011 la
alternativa de tener buenos ingresos con facilidad y aprender algo de letras
(lo que no le ofrecían ni la medicina ni la ingeniería). La abogacía no fue el
oficio predilecto ni constante de Vasconcelos, sin embargo ejerció su profesión
en repetidas ocasiones.
De manera similar Torres Bodet
descubrió su vocación también durante su infancia: “¡Ser un
hombre de letras! Aún cercada así
entre admiraciones, la exclamación no contiene sino parte muy
débil de mi esperanza, a los 12
años” (Torres, 1981 [1955]: 37). A pesar de ello, eligió como profesión la carrera de Derecho, pero sin desaprovechar clases
de la Escuela de Altos Estudios, en la que Antonio Caso abría a sus alumnos un
amplio horizonte humanístico.
Además de la profesión, Vasconcelos
y Torres Bodet compartieron su vocación humanista y universal. Los dos intuían que había otros
temas y realidades espirituales que quedaban al margen
de la filosofía comtiana, imperante
por entonces en México. Por ello, fue una consecuencia natural
que sus ambiciones intelectuales les
llevaran a estudiar por su cuenta y debatir sobre aquella parte de la sabiduría
que el positivismo olvidaba. El primer paraíso de Vasconcelos y sus amigos
fueron las estupendas bibliotecas familiares de Antonio Caso y Alfonso Reyes.
Contando con el antecedente de las reuniones de “La Sociedad de Conferencias y
Conciertos” fundada en 1907, estos intelectuales inquietos fundaron en la
Ciudad de México el “Ateneo de la Juventud” el 27 de octubre de 1909, cuyo objetivo principal sería difundir
la cultura intelectual y las artes. Samuel Ramos explica así la vocación y el
perfil común de los ateneístas:
No era el Ateneo un cenáculo aislado
en el mundo; su programa era renovar y extender la cultura.
Todos sus miembros eran escritores,
y la mayor parte de ellos han sido después profesores de la
universidad. Dentro de la variedad
de objetos a que cada uno se dedicaba, había en la actividad
de todos una intención común: la
moralización. Esto equivale a decir que se trataba de levantar
por todos lados la calidad
espiritual del mexicano (1990 [1934]: 135).
En 1912, con Vasconcelos como
presidente del grupo, cambia el nombre por el de “Ateneo de México”, las
inquietudes de los ateneístas se ampliaron y cobraron una nueva forma dando
origen a la “Universidad Popular” (1912-1920), que tenía como fin llevar la educación
y la cultura mediante conferencias, conciertos, talleres, etc., a grupos de
obreros y sectores de la población que no habían tenido acceso a la
escolarización, o simplemente adultos interesados en mejorar su preparación
cultural. Esta institución hizo las veces de una extensión universitaria.
Torres Bodet también fue un
intelectual inquieto. Al igual que Vasconcelos, se reunía con amigos
para charlar sobre la literatura del
momento y comentaban sus propias producciones. Formaron en 1918 un “Nuevo Ateneo
de la Juventud”, que tuvo una corta y no muy brillante vida, pero sin embargo
fue la semilla para la conformación de la generación de los “Contemporáneos”.
Este grupo coincidió más en su pasión por la literatura y su dedicación a ella,
que en sus postulados estilísticos, que eran muy variados. Torres Bodet
describe esta característica que, a la vez que diferenciaba a sus integrantes,
los unía: “Nos sabíamos diferentes; nos sentíamos desiguales.
Leíamos los mismos libros; pero las
notas que inscribíamos en sus márgenes rara vez señalaban los mismos párrafos.
Éramos, como Villaurrutia lo declaró, un grupo sin grupo. O, según dije, no sé
ya dónde, un grupo de soledades” (Torres, 1981 [1955]: 158).
4 Pedro Henríquez Ureña, José
Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto, Isidro Fabela,
Julio Torri, Jesús Acevedo, Ricardo Gómez Robelo, Enrique González Martínez.
5 Jaime Torres Bodet, Carlos
Pellicer, Enrique González Rojo, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Gilberto
Owen, Jorge Cuesta, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano. José
Vasconcelos y Jaime Torres Bodet Revista Interamericana de Educación de Adultos
Año 33 • número 2 • julio - diciembre de
2011 15Los contemporáneos no se inmiscuyeron en asuntos sociales, pero esta
generación de escritores se vio influida por el horizonte espiritual de los
ateneístas, que no era sólo intelectual, sino que también fue moral.
Los “Contemporáneos” tampoco tratan,
como lo hicieron los ateneístas, de imponer a la juventud una disciplina
intelectual nueva; su preocupación es personal; su interés, la creación de la
obra
de arte; ese es su horizonte, que
pocas veces abandonan (Leal, 1957: 291).
De dicha generación, Torres Bodet
fue quien tuvo la participación más destacada en la vida pú-blica. Trabajó al
servicio del Estado mexicano y ocupó cargos internacionales, pero procuró que
los asuntos oficiales no influyesen en
su prestigiada producción literaria, la que nunca dejó de lado, a
pesar de lamentar no poder dedicar
mayor tiempo a las letras y tener que robar horas de su descanso para escribir, todo por “estar retirado en la
vida pública” como observó Carlos Pellicer.
Las obras de Vasconcelos también le
dieron pronta fama, pero fue una popularidad que le costó
censura, persecución política, recelo
y diversas acusaciones, pues al involucrarse en la política lo
hizo de forma total, arriesgándose a
expresar por escrito su pasión y sus ideas, sin ocultar nunca sus críticas
contra el gobierno.
Vasconcelos siempre tomó partido, en
ocasiones el peor partido posible, pero siempre fue fiel a sí mismo: cuando fue inconsecuente pagó
las consecuencias, cuando encarnó el estado de ánimo del continente fue uno de sus portavoces
y de sus guías (Carballo, 2003: 16).
Por el contrario, como ya se ha
dicho, Torres Bodet opinó con mesura sobre la política mexicana, sin duda
porque fue un servidor leal del Estado, y es que, efectivamente, hablaba con
prudencia
y lealtad, dice en la publicación de
sus Discursos:
Nunca hablé para destruir. Como
Secretario de Relaciones Exteriores, anhelé interpretar la voluntad mexicana,
franqueando a los pueblos rutas mejores hacia su colaboración efectiva en la
libertad. Como Secretario de
Educación Pública, me esforcé por captar y por difundir –hasta donde pude– la profunda verdad de México. Y,
como Director General de la UNESCO, procuré
inducir a los poderosos al examen de
sus obligaciones indeclinables frente a los débiles: los desheredados de la
historia, de la geografía y de la cultura (Torres, 1965: 9).
Vasconcelos y Torres Bodet tuvieron
una formación humanista y universal que, sumada al conocimiento de su pueblo,
les permitió abrir y proyectar a los mexicanos al mundo. Veían la cuestión educativa como un problema nacional: sus
respuestas fueron fruto de la comprensión de las necesidades educativas locales
y emprendieron planes globales. Tanto por la complementariedad de sus
estrategias, como por su visión de futuro y de progreso, su obra tiene muchos
puntos en común, algunos se exponen a continuación.
Realizaciones de José Vasconcelos y
de Jaime Torres Bodet al frente de la SEP En el momento de la creación de la
SEP, en 1921, todo estaba por hacerse, y había que hacerlo simultáneamente para
atacar la ignorancia por todos los flancos de manera complementaria, de ahí que
Vasconcelos ideara la estructura tripartita de la Secretaría: Escuelas,
Bibliotecas y Bellas Artes, pues estos tres departamentos tenían el cometido de
despertar las capacidades creativas y productivas María del Pilar Macías Barba
16 Revista Interamericana de
Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio - diciembre de 2011
que habían permanecido adormecidas
debido a la ignorancia, a un tiempo causa y consecuencia de la pobreza.
Determinó que la misión de la SEP sería: “salvar a los niños, educar a los
jóvenes, redimir a los indios, ilustrar a todos y difundir una cultura generosa
y enaltecedora ya no de una casta sino de todos los hombres” (Vasconcelos,
1920a: 132).
Cuando Torres Bodet fue titular de
la SEP, entre 1943-1946 y 1958-1964, la estructura administrativa de ésta era
más amplia y especializada que cuando la fundó Vasconcelos, lo que implicaba
que, para que los proyectos y las reformas salieran adelante, debía dedicarse
más tiempo a su estudio y planeación. Torres Bodet comprendió que su tarea al
frente de la SEP sería rehacer la política de la Secretaría y ponerla al
servicio de la fraternidad y la unión patriótica, para devolver la esperanza en
la educación y guiarla hacia metas más elevadas y más libres, pues la ley de
educación debía ser la ley de la convivencia. Su misión sería:
Rehacer la secretaría, tratar de
darle un sentido de enlace humano y de unión patriótica; evitar
las discordias políticas y las
inútiles controversias; asociar los extremos, que amenazaban ruina; ligar de nuevo, con una afirmación de
esperanza, el norte y el sur de todas las inquietudes, y hacer –de cuanto
lográsemos reparar– una escalinata efectiva, para el ascenso de nuestro pueblo
hacia planos más elevados y resistentes,
más libres y más dichosos (Torres, 1969/1981: 242).
El discurso de Vasconcelos era
revolucionario, y su mensaje fue el del desarrollo espiritual, de
la redención “mediante el trabajo,
la virtud y el saber”(Vasconcelos, 1920b/1950: 10). Promovió una participación
cívica y voluntaria sin precedentes en la causa educativa y cultural, e hizo de
esa nueva cruzada un deber de patriotismo que fue cumplido con entusiasmo y
esperanza.
El discurso de Torres Bodet era
democrático y civilizador, y su mensaje era el de la convivencia
Pacífica, solidaria y justa. Estaba
convencido de que “la cultura obliga. Y, si el privilegio de la cultura obliga
en todo país, más aún obliga en un pueblo en que son tan pocos los que
disfrutan de ella efectivamente” (Torres, 1981 [1969]: 241) y, por ello, hizo
también una llamada a la participación cívica en nombre del deber moral de
fortalecer la paz y la libertad a través de la educación y la cultura.
Tanto Vasconcelos como Torres Bodet
reconocían la igualdad de los mexicanos y afirmaron que las únicas diferencias eran las que
procedían de la ignorancia y la incultura. Para el primero, la ignorancia era
el verdadero enemigo del espíritu y de la patria; para el segundo, la
ignorancia era un déspota invisible, tirano sin rostro y sin biografía.
La primera iniciativa de Vasconcelos
en favor de la educación popular fue la “campaña de desanalfabetización”, ya
que en 1920 aproximadamente el 80% de la población no sabía leer ni escribir
español. Con ella pretendía acabar con lo que impedía a los mexicanos acceder a
los bienes de la cultura, por lo cual, además de la lectura y la escritura, se
preocupó también de difundir preceptos higiénicos. Pedía que todos se unieran
al ejército de los constructores y no al de los destructores, debían enrolarse
en una auténtica cruzada de alfabetización.
Esta campaña estuvo impulsada por
voluntarios entusiastas denominados “profesores honorarios” y posteriormente
Vasconcelos convocó al llamado “ejército infantil”, constituido por alumnos de primaria mayor. Pedía que los voluntarios
enseñaran en sus casas, en los lugares de trabajo, en las plazas públicas, y que, incluso, lo
hicieran los domingos. La respuesta de la ciudadanía fue inmediata y generosa,
sin embargo, con el tiempo decayó el interés y comenzaron las dificultades
propias
de la falta de experiencia y de
capacitación para la enseñanza, de recursos materiales y didácticos. José
Vasconcelos y Jaime Torres Bodet Revista Interamericana de Educación de Adultos
Año 33 • número 2 • julio - diciembre de
2011 17En 1922 se establecieron centros nocturnos de alfabetización para
adultos y obreros, pues algunos se avergonzaban de estudiar a su edad, les
molestaba compartir la instrucción con los niños o que, para su aprendizaje,
tuviesen que utilizar silabarios con textos infantiles. Algunos jefes ponían
dificultades a sus obreros y campesinos a la hora de asistir a las clases,
algunos padres de familia no querían prescindir del trabajo de sus hijos, etc.
A pesar de ello, los resultados de la campaña “no son en absoluto insignificantes,
si se tiene en cuenta lo limitado de los medios de que se dispuso y la
inmensidad de la tarea por realizar” (Fell, 1989: 47).
Más allá de limitaciones y errores,
el mérito y el acierto de Vasconcelos consiste en que su campa-
ña de alfabetización fue la primera
emprendida a nivel nacional, dirigida por el gobierno y realizada con la
participación voluntaria de los ciudadanos. Lideró un movimiento sin
precedentes de participación cívica de los mexicanos. En el momento de
consolidación y reconciliación nacional posterior a la Revolución, con la
campaña de alfabetización, venció a la desconfianza y a la indiferencia.
Para que surgiera una iniciativa
semejante, hubo que esperar hasta 1944, cuando Torres Bodet
Emprendió la “campaña contra el
analfabetismo”, pues el panorama que se le presentaba en la SEP no era
sustancialmente distinto al que había conocido con Vasconcelos. El
analfabetismo afectaba al 48% de la población. Se promulgó una “ley de
emergencia” para convocar a la campaña que tuvo un espíritu combativo, porque
la ignorancia era vista como una amenaza latente contra la paz. Dicha ley
imponía a todos los ciudadanos de entre 18 y 60 años que supieran leer y
escribir, la obligación moral de enseñar a por lo menos otro mexicano que no
supiera hacerlo y que no estuviese inscrito en ninguna escuela. También se
contó con el apoyo de los niños, organizados en “brigadas infantiles
alfabetizantes”.
A diferencia de la emprendida por
Vasconcelos, esta campaña sí tuvo una planificación previa,
con tiempos bien definidos para
idearla, para la ejecución y para la evaluación de la misma. Se prepararon
cartillas de alfabetización en español y bilingües para la alfabetización de
grupos indígenas. Se organizaron patronatos para sumar aportaciones al
presupuesto gubernamental destinado a la campaña, se sumaron organizaciones
políticas y sindicales, la alfabetización “fue noticia” y no faltó entusiasmo.
Al igual que con Vasconcelos, fue encomiable el esfuerzo y la participación de
la gente, sobre todo en provincia, aunque había comunidades en que los
iletrados superaban a los alfabetizadores, pero, una vez más, se evidenció que
“las virtudes del maestro no se improvisan” (Torres, 1981 [1969]: 36).
Finalmente, se establecieron centros de enseñanza colectiva para prolongar la
campaña el tiempo que fuera necesario.
Torres Bodet explicó que esta
campaña de alfabetización tenía tres propósitos. El inmediato era enseñar a
leer y a escribir a los iletrados. El segundo era que la experiencia de la
campaña sirviera de ensayo para instaurar una futura organización educativa de
carácter extraescolar. El último propósito, pero que sería su mayor logro,
consistiría en “depurar la noción de solidaridad”.
Es decir, que todos los mexicanos,
letrados e iletrados, vinculasen los problemas de su existencia
con los del resto de sus
conciudadanos, y que reconocieran también que en el corazón de todos
está el mismo deseo de justicia y de
paz. La campaña era una forma democrática de educar para
la democracia: Por el esfuerzo de
todos en bien de todos y porque educa tanto al que aprende como al que ense-
ña: al que aprende, por lo que
aprende, y al que enseña, por lo que avanza en el conocimiento de las
deficiencias y los dolores de la nación (Torres, 1965 [1945]: 40).María del
Pilar Macías Barba
18 Revista Interamericana de
Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio - diciembre de 2011
Por otro lado, con la campaña se
pretendía también contribuir a la paz internacional mediante
la educación, pues estando el mundo
en plena Segunda Guerra, Torres Bodet afirmaba que “el factor más profundo de
la resistencia de un pueblo en lucha es la preparación intelectual y moral de
sus habitantes. Esa preparación exige, como premisa, una educación al alcance
de todos” (Torres, 1981 [1969]: 300).
Vasconcelos y Torres Bodet se
empeñaron en que todos los mexicanos accedieran a la alfabetización como
requisito indispensable, el “estricto mínimo”, para el progreso de cualquier
orden. Sin embargo, enseñar a leer no era suficiente, también había que
fomentar el hábito de la lectura que además debía nutrirse de las obras que
contienen la síntesis de los valores supremos de la humanidad. Vasconcelos
estaba convencido de que “todos los esfuerzos para la enseñanza de la lectura
resultan inútiles si no se difunde después el libro. De suerte, que poblaciones
enteras retrogradarán
al analfabetismo, así hayan
aprendido a leer en la escuela, si no encuentran en el libro el incentivo
de su aprendizaje” (Vasconcelos,
1935b: 236).
En el mismo sentido, Torres Bodet
sabía que “de nada vale enseñar a leer, ni crear escuelas, ni
fomentar la educación fundamental de
las masas si los que acaban de aprender no pueden procurarse textos o, más aún,
si no se les ofrece y proporciona material de calidad para el ejercicio de la
lectura” (Torres, 1981 [1955]: 98). Y a tal propósito estuvieron encaminados
los esfuerzos de ambos.
Vasconcelos editó y distribuyó
libros de literatura clásica para promover el conocimiento de los
tesoros de la cultura universal y la
identificación de la gente común con los ideales trascendentes.
Fue la primera ocasión en que el
Estado se hacía cargo de la edición y distribución de libros, y no
cualquier clase de libros, sino de
los libros clásicos, que “nos dan las ideas, la riqueza, la prodigalidad entera
de la conciencia” (Vasconcelos, 1920a: 137). Además, se editaron 14 números de
la destacada revista El maestro, con la pretensión de difundir entre los
mexicanos:
El dato útil, la información
aprovechable, en una palabra, les permitirá sentir las palpitaciones
que producen los más avanzados movimientos
de ideas en el mundo, ampliando los horizontes el obrero y del campesino, estimulando el
estudio de profesionistas y escolares, animando con sugestiones prácticas a industriales y
explotadores de la tierra y vigorizando el espíritu de todos
(Vasconcelos, 2002 [1921]: 100).
Torres Bodet, siguiendo el ejemplo
de Vasconcelos, editó semanalmente la revista Biblioteca
enciclopédica popular, la colección
tuvo en total 232 volúmenes. Pretendía, al seleccionar extractos de obras, motivar el interés de los lectores y
ofrecer un panorama general de la cultura, el pensamiento y la literatura
contemporáneos y clásicos, a fin de seguir promoviendo la cultura a través de la lectura, de forma masiva y a bajo costo, ya
que el propósito último era combatir el analfabetismo funcional.
Otra de las iniciativas
determinantes de Torres Bodet, por la que tuvo que hacer frente a constantes
ataques y sortear férreas oposiciones, fue la edición y distribución de los
libros de texto gratuitos para los alumnos de las escuelas primarias, a cargo
de la Comisión Nacional de Libros de Texto
Gratuitos, dirigida por Martín Luis Guzmán. Con esta medida, se pudo garantizar
que todos los niños inscritos en las escuelas públicas y privadas contaran con
un mismo recurso didáctico que contuviese
los conocimientos mínimos que marcaban los programas oficiales.José Vasconcelos
y Jaime Torres Bodet Revista Interamericana de Educación de Adultos Año 33 •
número 2 • julio - diciembre de 2011 19 Por
otro lado, Vasconcelos no descuidó las estrategias que buscaran la
consolidación de las escuelas, como requisito indispensable de la educación
para todos, al grado de reavivar y revolucionar la educación rural en los años 20. A las
comunidades alejadas y olvidadas a las que no había llegado la escuela, se desplazaron entonces los
“maestros ambulantes”, en ellas se crearon “casas del pueblo” y tuvieron lugar las “misiones culturales”,
todo ello a fin de elevar el nivel moral y las condiciones materiales de vida de sus habitantes a través
de la enseñanza de los rudimentos de instrucción, así como de métodos y técnicas para mejorar el
trabajo agrícola y las industrias locales.
Vasconcelos estaba convencido de que
la educación, el arte y la cultura debían servir, entre otras
cosas, para mejorar las condiciones
de vida de la gente. La prioridad sería “una enseñanza que sirva para aumentar
la capacidad productora de cada mano que trabaja y la potencia de cada cerebro
que piensa” (Vasconcelos, 1950 [1920b]: 11). La educación tenía que ser tarea
de todos, del mismo modo que sus beneficios servirían para el disfrute y el
bienestar de todos. También se trató de suscitar y fortalecer el reconocimiento
del pasado glorioso que une a todos los mexicanos y que daría la pauta para un
porvenir dichoso y próspero fundado en la identidad compartida.
Las misiones culturales y los
maestros ambulantes se ocuparon de la actualización docente de
los maestros rurales en sus propios
pueblos, y de la capacitación de algunos jóvenes para que fueran los maestros de
las escuelas que se fundasen más adelante. Se trataba de una solución
provisional, necesaria mientras se formaban nuevos maestros en las escuelas
normales.
Torres Bodet, en su primer periodo
al frente de la SEP, se encontró con una gran cantidad de
Maestros en servicio sin contar con
los estudios normalistas reglamentarios, situación especialmente habitual entre
los maestros rurales, que tenían una gran vocación pero pocos recursos
pedagógicos. Tuvo que ser creativo para cambiar esta situación, ya que no se
podían instalar simultáneamente tantos centros de capacitación en todas las
regiones como eran necesarios, ni se podía pedir a los profesores que se
desplazaran a las ciudades para recibir la capacitación.
La opción fue impartir los cursos
por correspondencia y durante las vacaciones a los maestrosalumnos se
concentraban en algunas ciudades para recibir cursos presenciales y realizar
sus exá-menes. Con esta iniciativa logró establecer “lo que alguien llamó,
alguna vez, la más grande Escuela Normal de todo el Continente” (Torres, 1981
[1969]: 333). Dada su metodología innovadora, este sistema de capacitación
mediante cartillas enviadas por correspondencia, fue el primer experimento de
educación a distancia en México y Latinoamérica.
En el momento de la reconstrucción
nacional, Vasconcelos creó un departamento para la construcción y reparación de
escuelas, pues dotar al país de aulas era tarea prioritaria y urgente. Propuso
unificar la construcción de las nuevas escuelas de acuerdo con el estilo arquitectónico
colonial de altos arcos, anchas galerías y patios centrales. Pretendió además
que fueran lugares bellos, pues la arquitectura, como el arte, también educa y
cumple una función social y estética. Además, puesto que los niños pasarían en
las escuelas las mejores horas del día, se necesitarían “salas muy amplias para
discurrir libremente y techos muy altos para que las ideas puedan expandirse
sin estorbo. ¡Sólo las razas que no piensan ponen el techo a la altura de la
cabeza!” (Vasconcelos, 1922: 5).
Dos décadas después de Vasconcelos,
Torres Bodet se enfrentó con la falta de escuelas y con
salones inadecuados: “arcaicos
recintos mal ventilados e iluminados, con instalaciones higiénicas
deficientes, sin espacio para
talleres y bibliotecas, con aulas frías y oscuras en el centro de las ciudades,
o, al contrario, en provincia, con galerías expuestas a un sol ardiente”
(Torres, 1965 [1944]: 551). María del Pilar Macías Barba 20 Revista
Interamericana de Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio -
diciembre de 2011 Ante tal panorama,
creó el Programa Federal de Construcciones Escolares, que no fijó ningún modelo
arquitectónico para la construcción de escuelas, bastaba con que fueran
funcionales, sólidas y cómodas. Posteriormente, en el segundo periodo de Torres
Bodet, este programa obtuvo en 1961 el Gran Premio Internacional de
Arquitectura, por la innovación en la construcción de aula-casa prefabricada,
que permitía multiplicar las escuelas rurales dotándolas de características
funcionales aunque adaptadas a las condiciones climáticas de las regiones.
Así como en esta pequeña selección
de proyectos educativos y culturales, emprendidos por Vasconcelos y Torres
Bodet, se puede observar una innegable similitud, también se puede apreciar que
cada uno de ellos es integral y oportuno para sus circunstancias, lo cual se
explica por la congruencia y la agudeza de los ideales educativos de estos
personajes.
Convicciones educativas de José
Vasconcelos y de Jaime Torres BodetJosé Vasconcelos comprendió que el progreso
de México no era viable sin una identidad nacional fuerte, pues no hay futuro verdadero sin un
presente apoyado en la conciencia del pasado. Además, tampoco hay progreso posible en ningún ámbito
de la vida de un país si su sociedad no está cohesionada. Para lograr ambas
cosas había que contribuir al reconocimiento y aceptación por parte del pueblo de su propia identidad mexicana.
Para Vasconcelos la identidad de
México radica en la novedad y la fuerza del mestizaje: entre la
sangre indígena y la lengua y la
tradición española. Torres Bodet también encuentra la identidad nacional en la
cultura mestiza de México, fruto de la fusión cabal de la sensibilidad y el
temperamento del indígena, con las
aportaciones de las humanidades grecolatinas y de la moral del cristianismo
heredadas ambas de la cultura española. Se expresa de esta manera:
No se trata ya de escoger entre el
indigenismo y el hispanismo. Se trata de entender, con valor,
todo lo que somos: un pueblo
complejo y original, en su mayor parte mestizo, que se expresa
oficialmente en español y que siente
–a veces– en tarasco o en maya o en otomí; pero que no está
dispuesto a mantener privilegios
entre sus hijos y que se afirma en lo nacional, para contribuir
mejor a lo universal (Torres, 1981
[1969]: 282).
A Torres Bodet le interesa
fortalecer la identidad para que México sea un baluarte de convivencia
pacífica y se muestre solidario con
el mundo, pues tiene siempre presente la trascendencia internacional –global,
se diría hoy en día–. A Vasconcelos le interesa mostrar las raíces de la
identidad mexicana y fortalecerla para lograr la unidad nacional y que México
se dé a conocer y aporte su riqueza cultural al mundo. Ambos comparten una
visión humanista y universal.
A principios de los años 20 del
siglo pasado, en México surgió el proyecto social y político de la
“reconstrucción nacional”, que debía responder a los ideales de la Revolución,
reconstruir lo destruido por la violencia y unir lo dividido por el odio, además
de acabar con la indiferencia y la desesperanza que habían provocado. En este
contexto, el proyecto educativo de Vasconcelos fue el de la “redención
espiritual”, que sería posible gracias a: 1) la educación integral de todos los
mexicanos y ya no sólo mediante la instrucción
de unos cuantos; 2) la difusión de
los más altos valores espirituales comunicados a través de la cultura y el
arte; 3) la vinculación de la escuela con la comunidad, y 4) la vinculación del
conocimiento con el trabajo.José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet Revista
Interamericana de Educación de Adultos Año 33 • número 2 • julio -
diciembre de 2011 21 Desde el final de
la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los años 60, en el contexto de la
posguerra y de la guerra fría, se fortalecieron
en México los deseos de estabilidad social y política y se pusieron los
cimientos del desarrollo industrial del país. El Estado mexicano adoptó medidas
conciliadoras para fortalecer la “unidad nacional”, que hicieran posibles
dichas metas y la consolidación de la paz. Tras el radicalismo de la llamada
educación socialista, había llegado el momento de un proyecto educativo a favor
de la “unidad nacional”, que encabezó y dirigió Torres Bodet, quien creía que
la unidad nacional sería posible gracias a: 1) los valores de la democracia
como forma de vida; 2) la comprensión de la responsabilidad cívica ante la vida; 3) la
educación para la libertad, la paz, la justicia y la solidaridad, y 4) la
libertad ideológica en la educación y la ampliación de su gratuidad.
Vasconcelos trató con su proyecto
educativo de reconciliar a los mexicanos consigo mismos para
que descubrieran el valor y las
potencialidades de sus raíces históricas y culturales. Subordinó el desarrollo
de México a la unidad nacional, y ésta a la previa consolidación de su
identidad. Para el logro de estos objetivos, el medio que propuso fue la
democratización de la educación y la cultura.
Cuando Torres Bodet redactó en 1946
el nuevo texto del Artículo 3º de la Constitución, pretendía
Favorecer la reconciliación de los
mexicanos al acabar con la imposición de la educación socialista y con la
oposición y confusión que había suscitado. Estableció, en cambio, que la
educación debía desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y
fomentar los deseos de solidaridad, de libertad y de justicia. Su orientación
sería nacional y democrática, entendida no sólo como una forma de educación,
sino como un estilo de vida.
Vasconcelos exaltó la estética, es
decir, la educación de la inteligencia a través de la emoción integradora que
causa la belleza. La suya es una formación espiritual, cuya meta es lograr la
trascendencia personal a través del arte, pero antes de ello, el ser humano
debe cumplir con su misión social, de ahí que promueva el servicio como valor.
Torres Bodet creía que los mexicanos
necesitaban ante todo aprender a vivir, por lo que exaltó la
moral. Junto con la educación de la
inteligencia, la educación del carácter debe ser la base y el corolario de toda
la formación. La suya es una formación cívica, que pone el énfasis en la
sociabilidad humana, de ahí que promueva la solidaridad como valor.
En suma, José Vasconcelos y Jaime
Torres Bodet trabajaron desde la Secretaría de Educación Pública para hacer
efectivo el derecho de todos los mexicanos a acceder a la educación y a la
cultura, puesto que ambos tuvieron una gran fe en que la educación de cada
hombre contribuye al mejoramiento del mundo, tal y como se pone de manifiesto
en estas frases suyas: “Los que tienen algo y saben algo necesitan darse cuenta
de que no pueden ser verdaderamente fuertes ni verdaderamente sabios mientras
todo a su alrededor sea ignorancia y pobreza” (Vasconcelos, 1950 [1920c]: 52).
“Nadie posee realmente nada cuando no es digno de disponer de lo que posee,
para el bien de la humanidad” (Torres, 1965 [1949]: 164).
Lo fundamental en Vasconcelos y
Torres Bodet es que fueron hombres de firmes convicciones, fruto de una
formación intelectual humanista y universal, lo cual les permitió concebir un
ideal educativo trascendente para los mexicanos. Sus realizaciones en el ámbito
educativo fueron puntuales e integrales. Comprendieron las circunstancias
particulares y concretas, e innovaron en las estrategias no sólo para resolver
las necesidades, sino también para impulsar las capacidades.
La historia, trayectoria y vocación
de José Vasconcelos y de Jaime Torres Bodet tienen en común:
Comprensión, convicción, pasión y
dirección ante las aristas de la educación del hombre
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