catecismo de fleury
En el año 2012 tendremos la celebración de dos niversarios
importantes que interesan a toda la Iglesia:
el 50° aniversario del inicio del ConcilioII, y el 20° aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia
Católica. En efecto, el 11 de octubre de 1962, el Beato Juan XIII hacía la
Apertura del acontecimiento más importante del siglo XX que lanzaría a la
Iglesia hacia la evangelización del III milenio. Y en su 30° aniversario, el Beato
Juan Pablo II, con la Constitución apostólica «Fidei
depositum», entregaba a la Iglesia el Catecismo del Concilio
Vaticano II para los tiempos nuevos.
La principal celebración conmemorativa será, sin duda,
la XIII asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la «Nueva
Evangelización para una transmisión de la fe cristiana». Se escribirán también
muchos artículos y libros sobre el tema, haciendo un balance de estos años, y
juzgando críticamente sus aplicaciones en el presente. Pero es preciso volver
directamente a sus textos y releer sus 16 documentos (4 constituciones, 9 decretos
y 3 declaraciones) en el contexto de la renovación
de la Iglesia y la asimilación de sus convicciones e
intuiciones. Puesto que el Concilio no fue tanto un punto de llegada, sino un
punto de partida que abrió caminos nuevos en la autocomprensión de la Iglesia y
en su misión evangelizadora. Por eso ofrecemos a los agentes de pastoral en
este Boletín de Pastoral un panorama general, tanto del Concilio Vaticano II en
el contexto de los concilios ecuménicos de la Iglesia, como también del
Catecismo de la Iglesia católica en el contexto de los catecismos
anteriores. Esperamos que sirva como una guía para
su lectura directa de estos importantes documentos, mismanque presupondrán las demás
publicaciones.
Dice el Beato Juan Pablo II en «Tertio millennion adveniente»:
«El Concilio Vaticano II… ha mostrado con nuevo vigor a los hombres de hoy a Cristo, el
‘Cordero de
Dios que
quita el pecado del mundo’ (Jn 1, 29), el Redentor del hombre, el Señor de la
historia. En la asamblea conciliar la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a
su Maestro, se planteó su propia identidad, Esposa de Cristo. Poniéndose en
dócil escucha de la Palabra de Dios, confirmó la vocación universal a lansantidad;
dispuso la reforma de la liturgia, ‘fuente y culmen’ de su vida; impulsó la
renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de
Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones
cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los
diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular,
la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del servicio pastoral
desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro. Sobre la base
de esta profunda renovación, el Concilio se abrió a los
cristianos
de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hombres
de nuestro tiempo. Ningún otro Concilio habló con tanta claridad de la unidad
de los cristianos,
del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la
Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del
principio
de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que
la Iglesia lleva a cabo sumandato misionero, de los medios de comunicación
social»
(TMA 19). «La enorme
riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de la presentación conciliar
de estos contenidos, constituyen casi un anuncio
de tiempos
nuevos
El Concilio
Vaticano II
Tanto
amó la Iglesia al mundo, que le dio un Concilio propio. En ese mundo plural y
poliédricono aparecen muy clarificados el trigo y la cizaña, e incluso nos
fascinan las flores del mal. Pero la Iglesia, dotada para
el discernimiento,
de Cristo. No puede ser el polo opuesto, el grupo a la defensiva o el profetismo
hostil y sistemático hacia la sociedad o el sistema con los que convive.
El
Concilio es la carta magna de la Iglesia que evangeliza el mundo actual.
Presentan a la Iglesia comunión (LG), convocada por la Palabra (DV) para buscar
la salvación del mundo (GS) mediante celebración de su fe (SC) y la caridad.
Sus textos han de ser comprendidos en su globalidad (conceptos, afirmaciones),
sin parcializarlos o sacarlos de su contexto. No se vale hacer una
interpretación legalista, visionaria o espiritualista. Sus enunciados se interpretan
en continuidad con la tradición eclesial (volver a las fuentes). Fue el punto
de partida de una renovación eclesial en todas sus dimensiones (binomios:
presente-futuro,material-espiritual, personal-comunitaria, inmanente- trascendente,
sujeto-destinatario, naturalezagracia,
fe-razón,
Iglesia-cultura, Evangelio-vida). Pretendía renovar la vida cristiana personal
y comunitaria, alargar los confines de la Iglesia, rectificar los defectos,
lograr nuevas metas. Su signo más expresivo es la pastoral orgánica.
QUE SON
LOS CONCILIOS
ECUMÉNICOS
Un Concilio es una asamblea de Obispos para tratar
asuntos que se refieren a la vida de la Iglesia. Si es
convocado por el Papa para todos los Obispoe la Iglesia, tanto de Oriente como
de Occidente, se llama Concilio ecuménico, es decir, universal.
Si lo
integran Obispos de una nación o región, es regional, pero se prefiere
considerarlos asambleas de Obispos o
sínodos.
«La potestad del Colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo
solemne en el Concilio E c umé n i c o » (CIC 337,1). Compete al Papa convocarlo,
presidirlo, trasladarlo, suspenderlo o disolverlo, y aprobar sus decretos; le corresponde
también
determinar las cuestiones a tratar, y establecer los reglamentos (CIC 338).
La
Iglesia ha tenido 21 Concilios considerados Ecuménicos, además del de Jerusalén
(Hch 15).
Digamos
algo acerca de cada uno de ellos.
1.
Concilio de Nicea
(20 mayo a
25 julio 325). Convocado por la autoridad del Papa San
Silvestre,
bajo
la ejecutoria del emperador Constantino, y presidido por el Obispo Osio de
Córdoba,
que actuó en representación del Papa. Condenó la herejía de Arrio que negaba la
divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre. Formuló la primera
parte del Símbolo de la Fe conocido como Credo Niceno, definiendo la divinidad
del Hijo de Dios hecho hombre, y se fijaron las fechas para celebrar la Pascua
en la Iglesia. «Creemos en un solo
Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido
unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al
Padre...» (Dz 54).
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CONCILIO -
CATECISMO
2-
Concilio Primero de Constantinopla (mayojulio
381).
En
tiempo del Papa San Dámaso, convocado por el emperador romano Teodosio I y
presidido sucesivamente por el Patriarca de Alejandría Timoteo, el Patriarca de
Antoiquía Melesio, el Patriarca de Constantinopla Gregorio nacianceno, y su
sucesor el Patriarca Nectario. El Papa Dámaso no mandó representación. Se ocupó
de las herejías de los macedonianos, eunomianos o anomeos. Formuló la segunda
parte del Símbolo de Fe conocido como
Creado
Niceno-constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo. Se
condenó a los seguidores de Macedonio I de Constantinopla por negar la
divinidad del Espíritu Santo.
3-
Concilio de Éfeso
(de 22
junio a 17 julio 431).
Convocado
por el emperador romano de oriente Teodosio II, con aprobación del Papa San
Celestino I, y presidido por el Patriarca Cirilo de Alejandría, denunció las
enseñanzas del Obispos de Constantinopla Nestorio como erróneas (Difisismo)
decretando que Jesús es una única Persona y no dos separadas. El Papa mandó
como legados a los Obispos
Felipe,
Arcadio y Proyecto. Proclamó a Jesús Cristo como la Palabra de Dios Encarnada y
a María como la Madre de Dios (theotokos). Renovó la condena de Pelagio y sus
seguidores. El símbolo de Éfeso precisa que las dos naturalezas, humana y divina
de Cristo, están unidas sin confusión y por lo tanto María es verdaderamente
«Madre de Dios».
4-
Concilio de Calcedonia
(de 8
octubre a 1 noviembre 451). Bajo la autoridad del Papa
San León I el Magno,
convocado
por el emperador romano de oriente Marciano, y presidido por el Patriarca de
Constantinopla Anatolio. El Papa, mandó como su representante personal
l Obispo Pascanio. Trató las herejías de
quienes negaban a Jesucristo la naturaleza divina, o la humana, o las
confundían. Proclamó a Jesús Cristo como
totalmente
divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona. Rechazó así la
doctrina del monofisismo, originando división en las antiguas
Iglesias
orientales que sí lo aceptan (como la Ortodoxa Copta, la Apostólica Armenia, la
Ortodoxa Siriaca y la Ortodoxa Malancar de la India).
5-
Concilio Segundo de Constantinopla
(de 5 mayo
a 2 junio 553). Bajo la autoridad del Papa Virgilio y en
presenciasuya, convocado por el emperador
romano de oriente Justiniano I, y presidido por el Patriarca
de Constantinopla Eutiquio. Condenó la
herejía de los «tres capítulos» y el monofisismo.
Confirmó
las doctrinas de la Santísima Trinidad y la Persona de Jesucristo. Condenó los
errores
de Orígenes y varios escritos de Teodoreto; del obispo de Mopsuestia Teodoro, y
del
obispo de Edesa Ibas.
6-
Concilio Tercero de Constantinopla
(de 7
noviembre 680 a 16 septiembre
681). Con
el Papa San Agatón, convocado por el emperador
romano de oriente Constantino IV, y presidido
por él en persona. También se conoce como
Concilio Trullano. Condenó solemnemente la
herejía de quienes admitían en Cristo una sola voluntad
(monotelitas). Definió dos voluntades en Cristo: divina y humana, como
dos principios operativos.
7-
Concilio Segundo de Nicea
(de 24
septiembre a 23 octubre 787) Bajo la autoridad del Papa
Adriano I y ratificado
por
su autoridad, convocado por Irene, regente del emperador romano de oriente
Constantino VI, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Tarasio..
Afrontó la doctrina de los iconoclastas y definió la legitimidad del culto a
las imágenessagradas. Afirmó el uso de iconos como genuina expresión de la fe
cristiana, regulándose la veneración de las imágenes sagradas.
8-
Concilio Cuarto de Constantinopla
(869-870).
Convocado
por el Papa Adriano II y el emperador bizantino Basilio I, en el año 869
duróhasta el siguiente y tuvo como principal tema la condenación del patriarca
Focio, autor del cisma
oriental.
Fue depuesto y excomulgado Focio, y rehabilitado San Ignacio. No es reconocido
por la Iglesia Ortodoxa, pues en Oriente, Focio es un santo teólogo.
CONCILIO -
CATECISMO
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9-Concilio
Primero de Letrán (1122-1123).
Convocado
por el Papa Calixto II, inmediatamente después del Concordato de Worms que puso
fin a
la querella de las investiduras, aboliendo el derecho de los príncipes a
investir dignidades y tener beneficios eclesiásticos. Muy lleno de incidentes. Se
ocupó de las investiduras, la imonía, ely el incesto.
10-
Concilio Segundo de
Letrán (año 1139).
Este
Concilio convocado por el Papa Inocencio II, afrontó el delicado asunto de los
falsos pontífices, de la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos
sacramentos. Se condenó a Arnaldo de Brescia.
11-
Concilio Tercero de
Letrán (año 1179).Convocado
bajo el Sumo Pontífice Alejandro III
para
condenar a los Albigenses y Valdenses, se ocupó nuevamente de condenar la
simonía. Se
dictaron
muchas disposiciones para la reforma moral de los miembros de la Iglesia.
12-
Concilio Cuarto de Letrán (año 1215).
Fue
convocado bajo la autoridad del papa Inocencio III para condenar varias
herejías:
Albigenses,
Valdenses, Abad Joaquín de Fiori, y otras. Se elaboró un credo más extenso,
contra los Albigenses.
13-
Concilio Primero de Lyon (año 1245).
Convocado
y presidido por Inocencio IV, noabordó asuntos dogmáticos, sino sólo problema smorales
y disciplinares de la Iglesia. Excomulgó y depuso al emperador Federico II y
convocó una cruzada, al mando del rey San Luis IX de Francia,
que
asistió al concilio.
14-
Concilio Segundo de Lyon (año 1274)
Convocado
por Gregorio X, consiguió una breve unión con la Iglesia de Oriente, separada
de Roma desde el llamado Cisma de Oriente. Se promulgaron normas para la
elección del papa. Se añadió la cláusula «Filioque» al símbolo
Constantinopolitano.
15-
Concilio de Vienne (1311-1312).onvocado
por Clemente V, el primer Papa
exiliado
en Avignon. Trató de los errores de los Templarios, Fraticelli, Beguardos y
Beguinas, y de Pedro Juan de Olivi. Abolió la orden de los Templarios.
Dictó
normas para reformar al clero.
16-
Concilio de
Constanza
(1417-1421).
Convocado
por el Papa Martín V, se clausuró hasta cuatro años después. Condenó los
errores de Wicleff, Juan Hus, y otros. También se ocupó de las divisiones en la
Iglesia provocadas por el Cisma de Occidente. Considerado ecuménico en sus
últimas sesiones (XLII-XLV), al legitimarlo Gregorio XI por convocación formal.
17-
Concilio de Florencia-Basilea
(1431-1445).
Convocado
por Eugenio IV para buscar la pacificación religiosa de Bohemia. Se celebró en
Basilea, Ferrara y Florencia, duró hasta 1445. Se intentó la unidad con los
ortodoxos, sin resultados Logó la unión de los armenios y jacobitas con la
Iglesia de
Roma.
18-
Concilio Quinto de Letrán (1512-1517).
Convocado
en 1511 por el Papa Julio II y clausurado por León X. Su tema central fue la reforma
de la Iglesia, decretándose disposiciones disciplinarias. Se propuso una
cruzada contra los turcos, que no se llegó a realizar.
19-
Concilio de Trento (1545-1563).
Fue
inicialmente convocado por Pablo III para tratar el problema de la escisión de
la Iglesia por la Reforma protestante. Se ocupó de innumerables temas
doctrinales, morales, disciplinares, de acuerdo con la problemática presentada
por el protestantismo. El Decreto sobre la justificación, el de los Sacramentos,
el de la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras, etc., son los más
sobresalientes, e infinidad de disposiciones disciplinares. Se condenaron los
errores de Lutero y otros autodenominados reformadores. Es el concilio más largo,
en el que se promulgaron más decretos dogmáticos.
20-
Concilio Vaticano Primero
(1869-1870).
Convocado
por el Papa Pío IX, tuvo que interrumpirse el 20 septiembre 1870, a la toma de
Roma por Garibaldi. Afrontó los temas fundamentales de la fe y constitución de
la Iglesia. Se definió la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando
habla ex cathedra en temas de fe y moral.
21-
Concilio Vaticano II (1962-1965).
Convocado
por Juan XXIII, quien lo anunció desde enero 1959, tuvo cuatro sesiones, de
1962 a
1965.
La primera, en el otoño de 1962, fue presidida por Juan XXIII, quien falleció
el 3 junio 1963. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su
sucesor, el Pontífice Pablo VI. Fue un concilio pastoral, no dogmático.
Preparado durante tre años por comisiones de trabajo en las que intervinieron especialistas
y teólogos de todo el mundo, adquiere un tono verdaderamente ecuménico. Son notables
las diferencias con otros concilios: a) el clima de expectación que suscitó en
la Iglesia y fuera de ella; b) la preparación esmerada de los
temas
sometidos a debate; c) la participación de más de dos mil Obispos,
prácticamente la totalidad; d) la presencia de observadores de la mayoría de Iglesias
y comunidades cristianas separadas de Roma; e) la participación de laicos. Su
diferencia esencial es el estilo con el cual estudia y define el mensaje
cristiano frente al mundo de hoy, cristalizando un nuevo clima y dando un nuevo
rostro a laIglesia.
DESARROLLO
DEL
CONCILIO
VATICANO II
1.- La
gestación del Concilio Vaticano II
El
Beato Juan XXIII, de espíritu libre, sencillez evangélica, sin miedo, confiado
en Dios, por una moción del Espíritu, proyectó el Concilio, resaltando tres
objetivos primordiales: la renovación interna de la Iglesia y su
puesta al día; la ayuda de la Iglesia al mundo de nuestro tiempo para su
elevación moral, material y social; y el impulso ecuménico
a la
unidad de los cristianos. Había un clima de unidad, y casi
uniformidad, en
comunión
con Roma. Muy distinto de los Concilios del pasado, convocados en coyunturas
dramáticas, para conjurar herejías, cismas, relajación eclesiástica,
o
corrupción de las costumbres populares. Habló de «aggiornamento», pues
el término
«reforma»
había dejado huellas dolorosas en la memoria colectiva de la Iglesia católica.
El
Concilio del siglo XX no iba a ser, pues, fruto de la sorpresa o la
improvisación, sino más bien la osecha de un siglo de acción callada del
Espíritu en el corazón de la Iglesia. Destacaban teólogos como: Rahner,
Schilleebec, Von Baltasar, Congar, De Lubac. Danielou y otros; literatos
católicos como Mauriac, Paul Claudel, Bernanos, Grahan Greene y
Bruce
Marhall; numerosos pensadores y publicistas:
2.
Preparación del Concilio Vaticano II:
El 25
de enero de 1959, desde San Pablo extramuros, el papa Juan XXIII anunció el
Concilio
del
siglo XX. Del 17 de mayo de 1959 al 15 de junio de 1960 se realizó la fase
antepreparatoria. En la primavera de 1960, Card. Tardini pidió propuestas de
temas a los obispos de todo el mundo. nMons. Pericle Felici recibió 1,998
respuestas, 7,700 páginas (Actaet Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II
apparando. Series antepreparatoria IXVI).Fueron catalogadas y formuladas como
proposiciones en dos volúmenes de resumen.
El 29
de junio de 1959, en la Encíclica «Ad Petri cathedram» el papa dio las
primeras indicaciones sobre los fines del Concilio. Con el Motu
proprio «Superno Dei», el 15 de junio de 1960, inició la fase
preparatoria. Instituyó las 12 comisiones y 3 secretariados, para
trabajar 75
esquemas,
que se irían reduciendo hasta 22. Del 12 al 20 de junio de 1961 se realizó la
primera
reunión de la Comisión central. Se celebrarían siete reuniones plenarias para
examinar los fascículos de los esquemas propuestos. Eran 2,100 páginas en 121
opúsculos. El 25 de diciembre de 1961, con la Constitución «Humanae salutis»,
el papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II. El 2 de febrero de 1962,
con el Motu proprio «Concilium», fijó la apertura el 11 de octubre. Pedía
Juan XXIII oraciones por el éxito del Concilio, a todos los fieles en la
Encíclica «Poenitentiam agere» (1 junio 1962) y a los religiosos
con
la Carta «Il tempo massimo» (2 junio). El 10 de junio pidió observadores
delegados a
los
cristianos separados. En julio y agosto se enviaron los textos a los obispos,
para su estudio previo. El 5 de septiembre se publicó el Reglamento con el Motu
proprio «Apropinquante Concilio». El 11 de septiembre, el papa dirigió
al mundo un
radiomensaje.
3.
Gestión del Concilio Vaticano II:
El 11
octubre 1962 se celebró la solemne Inauguración en la Basílica de San Pedro. En
su discurso histórico de Apertura de la Asamblea, Juan XXIII anunció, con
trazos firmes, un futuro esperanzador para la Iglesia y para el mundo, una
ocasión privilegiada para que la Iglesia pudiera mostrar a todos sus tesoros de
santidad y de unidad. Nadie imaginaba
el
enorme caudal de energías que el Concilio iba a liberar; ni las tensiones,
problemas y momentos dramáticos que desencadenaría. Apenas los 2540 Padres
conciliares ocuparon
sus
escaños en los graderíos de la nave central de la Basílica de San Pedro y se
abrió el gran Foro de la Iglesia, televidentes del mundo entero pudieron seguir
el correr de las intervenciones cardenalicias y episcopales, con una gran
libertad de espíritu, hondo sentido de Iglesia universal, y entrando a fondo en
problemas doctrinales y pastorales, actuales y candentes.
La primera
etapa de sesiones se realizó del 11 octubre al 8 diciembre del mismo año.
Se inició con la discusión el esquema sobre Liturgia, pues los otros esquemas
no fueron juzgados maduros y necesitaban revisión (Revelación, medios de
comunicación, unidad de los cristianos, la Iglesia). Aunque no llegaron a
cuajar un documento, establecieron los
grandes
principios doctrinales y pastorales.
Se
siguió trabajando en la redacción: una comisión de coordinación rehizo
prácticamente los 17
esquemas.
El 3 junio 1963 murió el papa Juan XXIII, meses antes de la segunda Etapa
conciliar. Había respetado meticulosamente la libertad de los Padres del Concilio,
ayudando en momentos difíciles con oportunas dispensas o correcciones del
reglamento de la
Asamblea.
El 21 junio es electo Pablo VI. Decide continuar el Concilio, anunciando el 27
de junio la segunda etapa para el 29 septiembre. El 14 septiembreconvocó a los
padres conciliares y nombra 4 cardenales
oordinadores (Agagianiani, Lercaro,
Doepfner,
Suenens). El Papa Montini se movía en unas coordenadas teológicas, históricas y
pastorales,e dieron rostro propio, al Concilio Vaticano II, en
su
apertura a la modernidad.
La segunda
etapa de sesiones se realizó del 29 septiembre al 4 diciembre 1963. En
octubre se
discutió
el esquema de Iglesia, y en noviembre el de Obispos y diócesis, y Ecumenismo.
Hubo fuertes debates acerca de la Iglesia, sobre todo entre Card.Ottaviani y
Card. Frings. La Colegialidad episcopal, las relaciones con los cristianos
separados, los judíos, fueron temas candentes. El Concilio abrió sus puertas a
la información mediática mundial. Se cuadruplicaron los espacios informativos
sobre la Iglesia en todos los países desarrollados, no sin sensacionalismo ante
las incidencia del Aula conciliar, o lecturas ideológicas y políticas de cuanto
en ellas se ventilaba. El 4 diciembre, en la Clausura, se pudo promulgar la
Constitución «Sacrosantum Concilium» sobre sagrada Liturgia, y el
Decreto «Inter mirifica»
sobre
los medios de comunicación social.
Del 4
al 6 enero 1964 Pablo VI visitó TierraSanta, y dio un abrazo de fraternidad al
Patriarca
Atenágoras.
Por el Motu proprio «Sacram Liturgiam» (25 enero) el papa creó un
Consejo para la aplicación de la renovación litúrgica, y por el Motu proprio «In
fructibus» (2 abril) creó una comisión pontificia para los medios de
comunicación El 30 abril, en la Carta «Spiritus Paraclitus», Pablo VI
pedía oraciones por el Concilio. El 17 mayo anunció un Secretariado para la unión
de los cristianos. El 2 julio reformó el Reglamento conciliar para facilitar
los debates. Y el 1 octubre escribe al Card. Tisserant sobre la tercera sesión.
La tercera
etapa de sesiones se realizó del 14 septiembre al 21 noviembre 1964. Se
trataron los textos de escatología y María, obispos, libertad religiosa, judíos
y religiones no cristianas, Revelación, laicos, sacerdotes, Oriente, glesia y
mundo moderno, misiones, religiosos,
seminarios,
educación, sacramentos. Discutieron principalmente sobre revelación y colegialidad; hubo tensiones con relación a
los judíos.
En la
Clausura logró dar a luz la Constitución dogmática «Lumen Gentium» sobre
la Iglesia; y los Decretos «Orientalum ecclesiarum» y «Unitatis redintegratio».
En la Clausura, el papa Pablo VI proclamó a María como Madre de la Iglesia.
El 28
agosto 1965 Pablo VI anunció la última etapa del Concilio en una Exhortación
Apostólica.
La última
etapa de sesiones se llevó a efecto del 14 septiembre al 8 diciembre 1965.
El 15
septiembre se instituyó el Sínodo de los Obispos por la Constitución apostólica
«Apostolica
sollicitudo».
Se
discutieron los esquemas de libertad religiosa,Iglesia y mundo moderno, misiones
y sacerdotes. El papa visitó la ONU del 4 al 5 noviembre. El 28 octubre se
promulgaron los Decretos«Gravissimum educationis», «Nostra aetate».
El 4
noviembre el papa pedía oraciones por la feliz conclusión en la Exhortación
apostólica «Postremasessio». El 18 noviembre se promulgó la Constitución
«Dei Verbum» sobre la divina revelación y el Decreto «Apostolicam
actuositatem». El papa anunció la reforma de la Curia, los procesos de
beatificación Concilio, y el próximo Sínodo.
El 7
diciembre se promulgaron los Decretos «Perfectae charitatis», «Presbiterorum
Ordinis»,
«Ad
gentes»; Constitución «Gaudium et spes» sobre la Iglesia en el mundo
actual; Declaración «Dignitatis humanae». Hubo además la Declaración
Estambul-Vaticano.
En la
Plaza de San Pedro, al aire libre, el 8 diciembre 1965 se realizó la solemne
Clausura. El
día
de la Inmaculada Concepción, el Papa Pablo VI clausuró con la máxima solemnidad
el Concilio del siglo XX, con el gozo compartido de todo el orbe católico
¡Jornada grande entre las grandes, para la memoria histórica de la Cristiandad!
Deberes cumplidos, horizontes de esperanza. En sus cuatro etapas dio respuesta
a la pregunta preliminar que planteó Card. Montini en la primera Sesión: «Iglesia
¿qué dices de ti misma?».
Acogió
igualmente la propuesta de Card. Suenens
de
contemplar el misterio de la Iglesia ad intra (en
su
componente mistérico y comunional) y ad extra
(en
su proyección samaritana y misionera). Asimiló
la
intuición de Card. Lercaro sobre la
catolicidad
vertical en el tiempo, que nos remite a
las
Comunidades apostólicas, el retorno a las
fuentes. Y
alza su mirada atenta a los signos de los
tiempos, el
símil evangélico asumido también por
Juan
XXIII. Escuchó la recomendación del Obispo
Desmedt,
de Brujas, de librar a la Iglesia de los
lastres
de la trilogía: Clericalismo, Juridicismo y
Triunfalismo.
La
voz de los diversos teólogos y pastores de la
Iglesia
fue asumida por el Magisterio, pasando así
a
formar parte del patrimonio de la Iglesia, y perdiendo
la
paternidad de una persona o movimiento
teológico
particular.
Los
Padres de la Clausura siendo numéricamente
los
mismos, poco más o menos, que los de la
Apertura,
con los fallecimientos y relevos eran, en
buena
medida hombres nuevos, en su convicción y
decisión
de difundir lo allí aprobado, y hacerlo vivir
en
sus Iglesias respectivas.
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 8 Bol-357
El
Vaticano II ha sido el más amplio, rico y
orgánico
de todos los celebrados en la Iglesia. No
fue
respuesta ocasional a herejías o conflictos
eclesiales
de la época. Ha querido profundizar en el
misterio
de la propia Iglesia y de su misión en este
mundo.
Concilio Cristocéntrico, Concilio
Eclesiológico.
Su
aportación más original y valiosa a la fe y a la
Teología
ha sido precisamente esa realidad dual
Iglesia-Misterio
e Iglesia-Pueblo de Dios, Iglesia-
Comunión
e Iglesia-Misión, inseparables entre sí,
reflejo
de la persona de Cristo, con su filiación
divina
y su encarnación humana. Lo que Dios unió
no lo
separe el hombre. Muchos fallos de la Iglesia,
sus
fieles y sus detractores se deben a polarizaciones
alternativas
de estos elementos.
LOS
DOCUMENTOS
DEL
CONCILIO VATICANO II
El
Concilio fue el autor del Concilio. El arsenal
de
documentos entregados por las Comisiones preparatorias,
se
fue condensando, en su contenido y
formato,
como maquetas para el pronunciamiento
del
Cuerpo sinodal. Los proyectos recibidos fueron
estudiados,
analizados ponderadamente, debatidos,
y
devueltos al taller de las nuevas Comisiones,
elegidas
por el Aula. Todo funcionaba en categorías
de
Iglesia universal.
Los
textos conciliares fueron la resultante de un
largo
proceso de revisiones y modificaciones, hasta
su
puesta a punto, con impecable rigor, para la
votación
secreta y solemne del Pleno conciliar,
antes
de su refrendo final por el romano Pontífice.
La
Iglesia, como árbol corpulento y frondoso,
hunde
sus raíces en la Palabra revelada de Dios y se
experimenta
a sí misma como Misterio de fe, Sacramento
universal,
Cuerpo de Cristo y Pueblo de
Dios.
Peregrina en la historia humana, cobija bajo
sus
ramas a santos y pecadores, como depositaria de
la
gracia redentora de Cristo resucitado. Todos sus
miembros
gozan de la misma dignidad y están
llamados
a la santidad; y aunque dotados de carismas
varios
e investidos de diferentes misiones, viven
todos
ellos en comunión de amor y de obediencia al
Sucesor
de Pedro y al Colegio de los Obispos, que
sucede
al de los Apóstoles. Así, hasta que Él vuelva.
Muy
diferente a la Sociedad perfecta, homologada
al
Estado, de la eclesiología anterior.
a) CONSTITUCIONES
Las
cuatro constituciones son los documentos de
mayor
importancia, y tratan acerca de los temas
fundamentales
que abordó el Concilio. Son las
siguientes:
1. Gaudium et Spes
Es el
desarrollo del «Esquema 13», máximo
logro
del Concilio, la manifestación más clara del
aggiornamento.
Trata acerca de la Iglesia en el
mundo
actual: la posición de la Iglesia frente a los
problemas
candentes modernos. Interpreta los signos
de
los tiempos con la luz del Evangelio. Tiene
cuatro
partes. La primera es un prefacio y la segunda
una
introducción acerca de la situación del
hombre
en el mundo moderno. La tercera «De la
Iglesia
y la vocación del hombre», habla de la
visión
de la Iglesia acerca de la dignidad del ser
humano,
la vida en sociedad, la actividad del hombre
en el
mundo y el rol de la Iglesia en el mundo
actual.
La cuarta parte tiene como finalidad explicar
la
misión en la actualidad de la Iglesia y se
explaya
en ciertos temas particulares como el desarrollo
económico
y social, la naturaleza del matrimonio
en la
vida moderna, la política, la expansión
de la
cultura y sobre la paz y la promoción de la
comunidad
de naciones. Trata temas como matrimonio,
natalidad,
familia, cultura, hambre, relaciones
políticas,
relaciones Iglesia-Estado, guerra y
paz. Fue
aprobada por 2.307 votos contra 75, y
solemnemente
promulgada por Pablo VI el 7 diciembre
1965.
2. Dei Verbum
Trata
acerca de la Revelación y cómo debe
entenderse,
estudiarse y practicarse. A diferencia
de
las demás constituciones, ésta es netamente
teológica.
Contempla el modo de interpretar la
Sagrada
Escritura. En ella la Iglesia se contempla
a sí
misma como oyente humilde y custodia fiel de
la
Palabra, inspirada intérprete e incansable
pregonera
de la misma. Así los católicos, cautelosos
durante
siglos ante los excesos del libre examen,
recobran
con entusiasmo la lectura, el estudio,
la
meditación y el sabor de los libros santos.
Un
gran movimiento bíblico es fuente de vida
cristiana
en la Iglesia universal. En el contexto de
la
única Palabra de Dios, que llega a nosotros en la
tradición
viva de la Iglesia.
Bol-357 pág. 9
CONCILIO -
CATECISMO
3. Lumen Gentium
Es el
más importante documento aprobado por
el
Concilio, del cual dependen todos los demás.
Trata
acerca de la Iglesia en sí misma, y establece
por
primera vez organismos colegiados, como el
Sínodo
de Obispos como formas de comunicación
entre
los creyentes y el Papa. Define a la Iglesia
como
pueblo de Dios, en el cual todos están unidos
y son
corresponsables: sacerdotes,
consagrados
y laicos. Define la
función
de los obispos, tanto personal
como
en cuando colegio
apostólico.
Restablece el
diaconado
como grado permanente
en
servicio de la Iglesia abierto
a
casados. La Constitución se divide
en 8
partes: 1) El Misterio de la
Iglesia.
2) El sentido de «Pueblo
de
Dios». 3) Constitución jerárquica
de la
Iglesia y en especial del
episcopado.
4) Los laicos. 5) La
universal
vocación a la santidad de los cristianos en
la
Iglesia. 6) Los religiosos, es decir aquellos hombres
y
mujeres que desean vivir el llamado del
evangelio
con la práctica de los consejos evangélicos.
7) La
índole escatológica de la Iglesia
peregrinante
y su unión con la Iglesia actual. 8) La
Virgen
María, sobre cómo se entiende en la Iglesia
católica,
y su auténtico culto. Fue aprobada con el
voto
favorable de 2.151 contra 5 obispos, y promulgada
el 21
noviembre 1965 por Pablo VI.
4. Sacrosanctum Concilium
Fue
la primera de las constituciones aprobadas
por
el Concilio. Reafirma la importancia y la naturaleza
esencial
de la liturgia dentro de la vida de la
Iglesia,
estableciendo las bases para su reestructuración.
Fijó
los principios de la renovación litúrgica
en
todo el mundo. Aportó al acerbo conciliar la
introducción
de la lengua popular en las celebraciones
sagradas,
la Misa de cara al pueblo subrayando
su
aspecto de oración comunitaria, la potenciación
en
ella de la Liturgia de la Palabra, una participación
más
viva de los fieles, con acceso a diversos
ministerios
laicales, y amplio espacio a los ritos y
tradiciones
de los pueblos. ¡Cuánta diferencia entre
oír
misa y celebrar la Eucaristía!. Fue aprobada
por
2.147 votos contra 4, siendo promulgada por
Pablo
VI el 4 diciembre 1963.
b)
DECRETOS CONCILIARES
Son
textos de menor importancia, pero no de
menor
trascendencia. Tratan sobre principios
doctrinales
aplicables a ciertas actividades u organizaciones
de la
Iglesia católica y tienen un fuerte
valor
teológico. Cinco son relativos a los obispos,
presbíteros,
religiosos, candidatos al sacerdocio y
laicos
en general, y se entroncan en la teología y
espiritualidad
de la Lumen
Gentium.
Trazan las líneas maestras
de
cada uno de esos estamentos,
pisando
tierra firme en sus problemas
respectivos,
mirando horizontes
de
mejora. El más novedoso es
el de
los Laicos. Hay otros tres
Decretos
independientes (Misiones,
Ecumenismo
y Medios de comunicación
social).
Los
Padres Conciliares aprobaron
nueve
decretos:
1. Ad Gentes (Sobre la actividad
misionera de la
Iglesia).
Es el
de mayor densidad teológica y mayores
energías
transformadoras en el impulso misionero
de
todos los fieles conscientes de su Bautismo, en
las
Iglesias ya establecidas. Subraya la urgencia de
la
acción misionera en los pueblos no cristianos, y
define
a la vez las obligaciones de evangelización
de
los misioneros, en relación con las diversas
culturas.
La actividad misionera es obligación de
todos,
incluso los laicos. El decreto sigue siendo un
revulsivo
para los cristianos de retaguardia.
2. Apostolicam Actuositatem (Sobre el apostolado
de los laicos).
Son
fijados por primera vez en la historia de la
Iglesia
los criterios y obligaciones para la acción
pastoral
de los laicos, directamente empeñados en
el
apostolado, al lado de la Jerarquía y coordinados
por
ella. Pasan de clase pasiva a miembros adultos
y
operativos del Pueblo de Dios, con responsabilidades
dentro
y fuera de ella. Dedica una parte a la
acción
católica o pastoral.
3. Christus Dominus (Sobre el ministerio
pastoral
de los obispos).
Fija
las obligaciones de los Obispos en el cuadro
de la
renovación de la Iglesia, subrayando los
principios
de caridad, pobreza y servicio. Regula la
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 10 Bol-357
organización
de los Obispos en la Nación o el
continente.
4. Inter Mirifica (sobre los medios de
comunicación
social).
En su
contenido y estructura el más pobre, pero
el
hecho de entrar en su deliberación, actuó como un
despertador
de la conciencia sobre un fenómeno
transcendental
y fascinante de la humanidad de
hoy,
la era de la información. Las comunicaciones
sociales
son instrumentos para difundir el mensaje
cristiano
a los hombres de hoy y ayudarlos a mejorar
su
cultura.
5. Optatam Totius (Sobre la formación
sacerdotal).
Contempla
los seminarios y su actualización
para
la formación inicial de los clérigos, y el papel
del
clero joven en la renovación de la Iglesia.
6. Orientalium Ecclesiarum (Sobre las Iglesias
Católicas Orientales).
Da
algunas disposiciones para los católicos de
los
ritos orientales, como algunas colaboraciones
religiosas
y sociales con ortodoxos, y matrimonios
mixtos.
7. Perfectae Caritatis (Sobre la renovación de la
vida religiosa).
Contempla
algunas actualizaciones en la vida
consagrada
(monjes, frailes, hermanas) a fin de
que,
sabiendo conservar la vida de radical testimonio
cristiano
mediante la práctica de los consejos
evangélicos
de pobreza, castidad y obediencia según
la
propia Regla de vida, se actualicen para ser
más
eficaces en el mundo moderno.
8. Presbyterorum Ordinis (Sobre el ministerio y
vida de los presbíteros).
Contempla
la renovación de la vida de los sacerdotes
y su
ministerio, según el espíritu general del
Concilio,
subrayando el principio de la caridad
pastoral
y la donación total a los demás, especialmente
de
los más pobres, y de la fraternidad
sacramental
entre ellos.
9. Unitatis Redintegratio (Sobre el Ecumenismo).
Declara
la posición de la Iglesia abierta a la
reconciliación
con los hermanos separados de Oriente
(ortodoxos)
y Occidente (protestantes). La unión
de
los cristianos no es sólo acción de Dios; se basa
en el
testimonio cristiano y la oración. Es el Acta
fundacional
del Movimiento ecuménico católico
que,
desde entonces, han alentado los Papas, con
logros
evidentes por ambas partes, pero sin vislumbrar
todavía
síntomas indicadores de la proximidad
de la
Unión. No se puede ser católico sin ser
ecuménico.
c)
DECLARACIONES CONCILIARES
El
Concilio estudió, deliberó, refrendó y aprobó
también
tres importantes declaraciones acerca de
tres
temas fundamentales para la vida católica.
Deben
interpretarse como opiniones acerca de la
Iglesia
en ciertos temas específicos. Aunque de
menor
rango magisterial, son sumamente importantes
y
significativas, de cara al futuro de la Iglesia
y de
la humanidad. Todo eso era rigurosamente
nuevo
en un Concilio universal. Estas son:
1. Dignitatis Humanæ (sobre la libertad
religiosa).
Contempla
la necesidad de garantizar la libertad
religiosa
para todas las religiones. Los católicos y
los
gobiernos deben promoverla. El principio de la
libertad
religiosa está fundado en la dignidad y el
respeto
de la persona humana. Resultó enormemente
significativa,
en la memoria histórica del
Syllabus,
como una apología católica de la libertad,
sin
impedimentos ni coacciones, para profesar,
vivir
y proclamar las propias creencias; una vía
nueva
también para la aconfesionalidad o laicismo
del
Estado.
2. Gravissimum Educationis
munus (sobre la educación
católica de la juventud).
Cubrió
un área pastoral y social de incalculable
alcance
y afianzó la presencia comprometida de la
Iglesia
en ese campo. Contempla las obligaciones
de la
escuela cristiana y reafirma el principio de la
libertad
de enseñanza en cada país y el derecho de
los
padres de familia.
3. Nostra Ætate (sobre la relación de la
Iglesia con
los no cristianos).
De
cara a los otros dos grandes monoteísmos
históricos
de la humanidad, el judío y el musulmán,
el
Concilio con mano extendida y corazón
abierto
marcha hacia la buena avenencia y la
mutua
colaboración. De los hebreos nacieron Jesús
y
María; no es pueblo deicida ni maldito; y los
musulmanes,
como nosotros, creen en un solo
Dios.
Se abrió así una nueva era de comprensión
interreligiosa,
que tendría su momento cenital en
Asís,
y se muestra como un imperativo histórico
Bol-357 pág. 11
CONCILIO -
CATECISMO
de
primera magnitud en la preocupante confrontación
de
civilizaciones.
EL POST CONCILIO
Cada
uno de esos documentos ofrece a todos los
cristianos
la nueva conciencia que la Iglesia tiene al
presentarse
al mundo, y el nuevo perfil de cristiano
y de
lo cristiano. La legislación y aplicación posteriores
constituyen
el post concilio, que más que un
tiempo
cronológico es un clima y un estilo. Se trata
de la
renovación bíblica, ecuménica, litúrgica, pastoral,
con
el protagonismo de los laicos en la Iglesia
y en
el mundo.
Entre
lo más significativo de la nueva programación
de la
Iglesia está el Sínodo de los Obispos, una
Institución
de alcance y peso, aún dentro de su
carácter
consultivo. Ha dado origen a notables
Exhortaciones
pontificias sobre argumentos que
van
guiando a la Iglesia en su contextualización
histórica.
Con
el Papa Juan Pablo II sobresalen tres realizaciones:
el
nuevo Código de Derecho Canónico,
que
traduce a normativa universal las grandes
formulaciones
y directrices conciliares; el Catecismo
de la
Iglesia católica, implantado a partir de
1992,
con singular trascendencia en su campo; y el
Gran
Jubileo que abre el segundo milenio cristiano.
La
repercusión inmediata del Concilio en los
organismos
y estructuras de las Iglesias locales
fueron
menos llamativos, pero muy determinantes
de la
renovación pastoral de las diócesis. Con los
Sínodos
diocesanos, la creación del Consejo
Presbiteral
y, en su seno, del Colegio de Consultores;
los
Vicarios episcopales incorporados al Consejo
de
Gobierno del Obispo, el Consejo Pastoral de
las
Diócesis y otros servicios curiales de
dinamización
pastoral, quedaron mejor vertebradas
las
Iglesias locales, con frutos más palpables.
A los
religiosos, abrió camino a sus Capítulos
generales
o regionales para la revisión de sus Constituciones
respectivas.
Un movimiento mundial de
revisión
renovadora que, en numerosos casos ha
tenido
casi carácter de refundación.
También
hubo una serie de confrontaciones,
inevitables
en todo cambio histórico, entre el empuje
innovador
y el aferramiento al pasado, entre
grupos
progresistas y conservadores. La Iglesia
registró
un doble y prolongado choque: primero,
entre
mentalidades y grupos contrapuestos que rondaron
los
linderos de la incomunión aunque sin
llegar
a la fractura eclesial; y el segundo, de notables
desencuentros
de grupos o personas con los
pastores
de la Iglesia, a los que unos recriminaban
su
morosidad en la aplicación del Concilio, o ellos
lo
interpretaban a su antojo, mientras que otros
hacían
caso omiso, con resistencia pasiva, de la
renovación
conciliar. Se desmoronaba el viejo orden,
sin
que el nuevo se acabara de implantar. Esas
situaciones
tuvieron historiales propios en todas las
Diócesis,
Instituciones y Comunidades del mundo
católico.
Casi
a la vuelta de los Padres conciliares a sus
sedes,
afloró a la superficie de la Iglesia, un extraño
y
profuso malestar, teñido de desencanto, agitado
en
todas partes por aires contestatarios, y arrastrado
por
corrientes culturales de la época: el Mayo
francés, el Movimiento
hippy, muy extendido en el
mundo
occidental, y la moda intelectual marxista
de la
Europa comunitaria precedente a la caída del
muro
de Berlín.
El
indicador más expresivo de la crisis interna de
la
Iglesia fue la enorme oleada de secularizaciones
en el
clero diocesano y las Congregaciones religiosas
de
hombres y mujeres. Pablo VI, en una decisión
costosa
y audaz, dio el paso, con los oportunos
expedientes,
al cese en el ministerio sacerdotal
activo,
incluida la dispensa del celibato, a los sacerdotes
que
se encontraran con graves dificultades
para
permanecer en ese estado. Miles de consagrados
abandonaron
el ministerio o Instituto religioso
para
pasar al estado secular. Una sangría sin precedentes,
no
compensada por otros ingresos en los
Seminarios
y Noviciados. Y una mentalidad de que
los
seres humanos no pueden adquirir compromisos
de
por vida, dinamitando así la estabilidad del
sacerdocio,
de los votos religiosos, del matrimonio
sacramental
y de los compromisos asociativos de
los
laicos.
La
inmersión de la Iglesia en el mundo, que
propició
con acierto la Gaudium et spes, fue
malentendida
por muchos, laicos y clérigos, reduciendo
el
compromiso cristiano a compromiso temporal
y
éste al social y reivindicativo, identificando
así
la autenticidad evangélica con la denuncia sistemática
y la
creación de conflictos. Los grandes
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 12 Bol-357
valores
evangélicos que aquí se barajan se
contaminaron
por una dialéctica marxista que
implicó
a muchos miembros de la Iglesia, en
los
ámbitos teológico, pastoral y social.
No
puede encajarse sin más en el marxismo
partidista
de la época, la explosión, llamémosla
cultural
de Mayo del 68, a los dos
años
y medio de la clausura del Concilio y en
plena
ebullición de los cambios en la Iglesia.
El
cataclismo de París y de Nanterre fue un
estallido
por sorpresa, de combustibles acumulados
dentro
o fuera de las aulas, en extraña
coalición
con el obrerismo revolucionario
y en
usufructo acelerado de todos los malestares
latentes
en la sociedad francesa. Una
fiebre
colectiva que hizo estallar los termómetros
y
repercutió inexplicablemente en todo
el mundo
occidental.
Eran
eslóganes fascinantes: Prohibido prohibir
o,
Sean razonables, pidan lo imposible,
hicieron
presa en los ambientes más insólitos.
De
carácter cultural, se expandía por América
y
Europa el Movimiento hippy, con sede en
la
Universidad Berkeley. Significó una ruptura
de
modelos de existencia, talante
antisistema.
Hubo abusos en las celebraciones
litúrgicas,
se abandonaron distintivos visibles
en la
indumentaria del clero y el hábito
religioso,
con un desprecio a la norma.
La
crisis se prolongó bastantes años. En el
84,
en el libro-entrevista de Vittorio Messori
con
Card. Ratzinger Informe sobre la fe, este
afirma
que «el balance de estos veinte años
postconciliares
es claramente desfavorable
para
la Iglesia», con referencias a la liturgia,
la
catequesis, la teología y la vida de los
religiosos
en que se respiraba espíritu
anticonciliar.
El
Sínodo de los Obispos de 1985, hizo un
alto
en el camino para efectuar un balance
escrupuloso
de lo que fue el Concilio en sí y
para
la Iglesia ratificando para siempre que el
Vaticano
II fue un don extraordinario para la
Iglesia
y han de mantenerse invariables todos
los
textos sancionados por él. Lo ratificó con
mucha
fuerza el mismo año Juan Pablo II en
su
Exhortación Apostólica Tertio millenio
adveniente.
SIGNIFICADO
DEL
CONCILIO VATICANO II
El
mundo actual parece ir despreocupadamente a la
deriva.
La Iglesia, por el contrario, sabe perfectamente
hacia
dónde va. Desde el Concilio Vaticano II ha descubierto
el
rumbo que debe tomar para llegar a la meta que
Dios
le señala. Es el gran acontecimiento eclesial del siglo
XX,
sólo comparable al Concilio de Trento en el siglo
XVI,
que afectó todos los sectores de su vida. Nada queda
igual
después. Con esa gracia Dios benefició a la Iglesia.
Es
brújula segura para el caminar de la Iglesia, punto de
referencia
para la evangelización del tercer milenio (TMA
18,
NMI 57,2-3).
Es
preciso que sus textos no pierdan su valor ni su
esplendor;
que sean conocidos y asimilados como textos
cualificados
y normativos del Magisterio, dentro de la
Tradición
de la Iglesia. Después de cincuenta años, urge
una
segunda recepción por parte de las generaciones del
postconcilio.
Para medir el grado de aceptación,
contextualizarlo
en nuestro tiempo, y hacer una lectura
pastoral
de su totalidad.
No
sólo sus 16 documentos (4 Constituciones, 9 decretos,
y 3
declaraciones), sino su espíritu, sus opciones
y su
dinamismo para construir un futuro.
Hemos
vivido cambios extraordinariamente rápidos,
hasta
ser un cambio de época. Este período ha estado lleno
de
conflictos, tanto sociales como eclesiales. Se han
publicado
un sin número de documentos pontificios, de
Congregaciones
romanas, de sínodos, y Conferencias
episcopales.
Todo ésto no nos ha dejado tiempo para
asimilar
con clama, releer y madurar el mensaje del
Concilio,
el mayor acontecimiento eclesial del siglo XX.
¿Qué significa el Concilio para nosotros?
1º Un llamado a dar un
rostro nuevo a la Iglesia.
Una
Iglesia rejuvenecida, llena de ilusión y esperanza,
no
anclada en el pasado sino avocada al futuro.
Una
Iglesia comunión, que une las varias generaciones
y
tendencias, en colaboración pastoral. No hay izquierda
ni
derecha, avanzada ni retaguardia, primer o tercer
mundo,
sólo una comunidad de hermanos que avanza
hacia
Cristo.
Una
Iglesia responsable de llevar los valores del Evangelio
a la
marcha del mundo, promoviendo la justicia,
anunciando
la verdad, restableciendo la paz, hermanando
solidariamente
a pobres y ricos.
Una
utopía que nos mantiene en constante tensión
Bol-357 pág. 13
CONCILIO -
CATECISMO
interna,
sacudiendo nuestras seguridades, para vencer
los
obstáculos y avanzar en el proyecto del
Reino.
2º Un impulso a la
renovación pastoral.
Juan
XXIII convocó un Concilio, no para condenar,
sino
para presentar al mundo un nuevo rostro de
Iglesia.
Pretendía la propia conversión, no la ajena. La Iglesia asume el camino del
hombre. No agreganuevas actividades; adapta su lenguaje y organización¿a las
nuevas situaciones de un mundo en constante cambio. Su discernimiento
desencadenó una gran actividad con un nuevo espíritu. Situó al conjunto de glesia
diocesana en su misión evangelizadora, responsable y consciente, en comunión y
participación. La pobreza, las sectas, el consumismo, el vacío de sentido
llenado con drogas y diversión, piden formas nuevas de presencia de la
Iglesia.Fue un concilio revolucionario: cambió la visión: de una institución
estática y perfeccionista, al pueblo de Dios que peregrina en el mundo.
3º Promueve una Iglesia
comunión.
Como pueblo de Dios,
todos los cristianos participamos
de modo único e
irremplazable en la misión
que la Iglesia recibió
de Cristo, clero y laicos.
El laico es testigo de
Cristo y signo en el mundo.
La Iglesia se
constituye en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Es una
comunidad de
comunidades: diócesis, parroquias,
comunidades de base,
familias.
Quien aspira al cielo
debe luchar para que la
tierra prepare
eficazmente el otro mundo. Al descuidar
sus deberes
temporales, el cristiano pone en
peligro su salvación
eterna.
El cielo y la tierra,
lo religioso y lo social, la fe
y la política, la
virtud y la economía, se distinguen,
pero no se separan. La
Iglesia está presente y activa
enmedio de las
realidades del mundo gracias a los
laicos.
La Iglesia evangeliza
el mundo actual, encarnada
en el corazón de la
modernidad. Independiente
de los poderes
temporales, atiende a los últimos:
Iglesia de los pobres.
4º. Superar el cansancio y
la tentación de volver
atrás.
La ilusión del
Concilio chocó con la dura realidad
y la oposición. Varios
conflictos hicieron decaer
el interés. Avanzamos
a ritmo más lento,
aunque seguro. Con
menos recursos, enfrentamos
actitudes de
indiferencia, paganismo y cerrazón al
Evangelio de parte de
los mismos cristianos.
No pocos añoran el
esquema rígido e intocable
de antes, que daba
seguridad. Ciertas consecuencias
no deseadas han creado
cierto recelo, ocasionando
un nuevo clericalismo
e insensibilidad ante
la realidad de hoy.
Algunos quieren
limitar el Concilio a un momento
del pasado, y hacer volver
a la Iglesia a la
seguridad del Derecho
y el Dogma, encerrándola en
sí misma: una versión
restaurada de la eclesiología
antigua. Los cambios
vitales de la sociedad no son
instantáneos, sino un
proceso con dinámica propia.
El Concilio fue un
paso del Espíritu Santo que
ilumina el nuevo
milenio y ofrece los criterios para
formar las nuevas
generaciones de sacerdotes y
agentes de pastoral.
Como rica mina, entre más se
le extrae, más se le
encuentra.
CONCLUSIONES
El Concilio Vaticano
II es: «citado por todos,
estudiado por pocos,
comprendido por más pocos,
y ajeno a la vida de
nuestras comunidades». Revisemos
si los principios,
valores, criterios, doctrina,
propósitos y mística
del Concilio son los que animan
nuestra acción
pastoral, y mantienen la fidelidad
en la transmisión del
mensaje evangélico adaptada
a los tiempos y
circunstancias cambiantes que
vivimos. La letra
jamás debe apartarnos del espíritu
del Concilio, ni el
espíritu debe separarse de la letra.
No podemos reducir el
Concilio a sus documentos,
sin el espíritu de
renovación que lo animó. Es una
inspiración, una
fuerza y un aliento. La inspiración
no existe sin poema,
ni la fuerza sin vector, ni el
viento puede empujar
la nave sin velas.
Dice el Papa Beato
Juan Pablo II en la Carta
apostólica «Novo
Millennio ineunte»: «¡Cuánta
riqueza,
queridos hermanos y hermanas, en las
orientaciones
que nos dio el Concilio Vaticano
II!...
A medida que pasan los años, aquellos textos
no
pierden su valor ni su esplendor. Es necesario
leerlos
de manera apropiada y que sean conocidos
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 14 Bol-357
y
asimilados como textos cualificados y normativos
del
Magisterio, dentro de la Tradición de la
Iglesia.
Después de concluir el Jubileo siento más
que
nunca el deber de indicar el Concilio como la
gran
gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado
en el
siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido
una
brújula segura para orientarnos en el camino
del
siglo que comienza» (NMI 57).
Y en Tertio Millennio
Adveniente: «El examen
de
conciencia debe mirar también la recepción del
Concilio,
este gran don del Espíritu a la Iglesia al
final
del segundo milenio. ¿En qué medida la
Palabra
de Dios ha llegado a ser plenamente el
alma
de la teología y la inspiradora de toda la
existencia
cristiana, como pedía la Dei Verbum?
¿Se
vive la liturgia como ‘fuente y culmen’ de la
vida
eclesial, según las enseñanzas de la
Sacrosanctum
Concilium? ¿Se consolida, en la
Iglesia
universal y en las Iglesias particulares, la
eclesiología
de comunión de la Lumen gentium,
dando
espacio a los carismas, los ministerios, las
varias
formas de participación del Pueblo de Dios,
aunque
sin admitir un democraticismo y un
sociologismo
que no reflejan la visión católica de
la
Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II?
Un interrogante
fundamental debe también plantearse
sobre
el estilo de las relaciones entre la
Iglesia
y el mundo. Las directrices conciliares,
presentes
en la Gaudium et spes y en otros documentos,
de un
diálogo abierto, respetuoso y cordial,
acompañado
sin embargo por un atento discernimiento
y por
el valiente testimonio de la
verdad,
siguen siendo válidas y nos llaman a un
compromiso
ulterior» (TMA 36).
Benedicto XVI, todavía
en la capilla Sextina, en
su primera alocución a
los Cardenales del Cónclave,
dijo: «…El Papa
Juan Pablo II presentó con
acierto
al Concilio Vaticano II como ‘brújula’
para
orientarse en el vasto océano del tercer
milenio.
También en su testamento espiritual anotó:
‘Estoy
convencido de que durante mucho tiempo
aún
las nuevas generaciones podrán recurrir a
las
riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha
regalado’
(17 marzo 2000). Por eso, también yo, al
disponerme
para el servicio del Sucesor de Pedro,
quiero
reafirmar con fuerza mi decidida voluntad
de
proseguir en el compromiso de aplicación del
Concilio
vaticano II, a ejemplo de mis predecesores
y en
continuidad fiel con la tradición de dos mil
años
de la Iglesia. Este año se celebrará el cuadragésimo
aniversario
de la clausura de la asamblea
conciliar
(8 diciembre 1965). Los documentos conciliares
no
han perdido su actualidad con el paso
de
los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan
particularmente
pertinentes ante las nuevas
instancias
de la Iglesia y de la actual sociedad
globalizada».
¿Necesitamos
un nuevo Concilio? Aún no ponemos
en práctica todo lo
que nos señalado. La
respuesta a las nuevas
situaciones y los problemas
que surgen pueden
resolverse desde el Sínodo de
los Obispos, las
Conferencias episcopales y otras
instituciones, pues
sólo requieren avance teológico
o pastoral: ejercicio
del Ministerio petrino, de
la Colegialidad de los
Obispos, la sinodalidad de
todo el Pueblo de
Dios, con acento sobre las
mujeres; el neopaganismo,
manifestado en indiferencia
religiosa, secularismo
radical, materialismo
práctico, latente en
el consumismo y el hedonismo,
que llamamos
postmodernidad y desemboca
en un difuso
nihilismo; el rechazo a los dogmas
y verdades firmes,
tildados de fundamentalistas y
obsoletos, relegando
el hecho religioso a la esfera
privada. Es una
atmósfera en la que nos movemos
y respiramos modos de
pensar y obrar, impuestos
por la cultura
dominante, que circula profusamente
por las redes
mediáticas y el consumo brutal y
masivo de la
televisión. Sin opciones de fuga o de
cruzada, tenemos por
delante el camino de un
testimonio explícito,
vigoroso y humilde de la fe,
la purificación y el
fomento de la religiosidad
popular y el dialogo
paciente. Y, sin pretensiones
de final feliz,
apuntalar siempre la centralidad del
Señor resucitado, en
la persona y en la acción de
sus seguidores.
No hay una Iglesia del
futuro, sino una misma
Iglesia siempre nueva
que se va rejuveneciendo.
Ante varios
mesianismos modernos y un clima de
desilusión y de
cansancio, es preciso un nuevo
aggiornamento:
despertar, renovar, revitalizar y
corroborar la letra y
el espíritu de la Carta Magna
de la renovación de la
Iglesia. No caigamos en la
tentación de separar,
homogeneizar, reducir o totalizar
sus contenidos, pues a
lo largo del post
concilio han logrado
clarificarse y discernirse su
aplicación.
Bol-357 pág. 15
CONCILIO -
CATECISMO
El Catecismo de la
Iglesia Católica es el texto
que contiene las
verdades cristianas fundamentales,
formuladas en forma
clara, de modo que resulte
fácil su comprensión,
aprendizaje y recepción viva.
La palabra «catecismo»
viene de «catequesis
», una palabra griega
que los
antiguos usaban para
el teatro y significa:
hacer resonar como un
eco. Esta voz
no aparece en la
Biblia, pero fue adoptada
muy pronto por la
naciente Iglesia
para designar la tarea
de hacer discípulos.
Hace resonar el
mensaje de Jesús
para que todos lo
acojan y cambien su
vida.
Para consolidar el
anuncio de la salvación,
los hechos y palabras
de Jesús
debían provocar un eco
en la inteligencia
y en el corazón de los
oyentes para
transformar toda su
vida. Ese eco lleva
más de veinte siglos
resonando: es el eco
de la Palabra vida de
Dios. Y al libro que
con el tiempo serviría
de subsidio habitual para esta
tarea se le llamó
«catecismo». Y ha adoptado muy
diversas expresiones,
de acuerdo a sus destinatarios
o a los métodos
didácticos religiosos que use.
Un catecismo debe
presentar fiel y orgánicamente
la enseñanza de la
Sagrada Escritura, de la Tradición
viva en la Iglesia y
del Magisterio auténtico,
así como la herencia
espiritual de los Padres, de los
santos y santas de la
Iglesia, para permitir conocer
mejor el misterio
cristiano y reavivar la fe del
Pueblo de Dios.
Debe tener en cuenta
las explicaciones de la
doctrina que el
Espíritu Santo ha sugerido a la
Iglesia a lo largo de los
siglos. Es preciso también
que ayude iluminar con
la luz de la fe las situaciones
nuevas y los problemas
que en el pasado aún no se
habían planteado.
HISTORIA
DEL CATECISMO
En el Antiguo
Testamento se transmitía al pueblo
la Palabra de Dios
como enseñanza de vida:
«Junta al pueblo
delante de mí para que oigan mis
palabras y aprendan a
servirme todo el tiempo que
vivan sobre la tierra
y lo enseñen a sus hijos» (Dt
4,10); «Enseñen a sus
hijos a meditar las enseñanzas…
las escribirás sobre
las puertas de tu casa» (Dt
11,19-20).
Jesús «enseñaba» y
«era maestro
» (Mt 9,35; Mc 1,21;
Lc 21,37).
Los primeros
cristianos transmitían
el mensaje de Jesús,
primero oralmente,
y posteriormente
usaron listas
de sentencias de Jesús
y de milagros,
de donde su fueron
formando
las tradiciones de los
Evangelios
canónicos.
En Siria, a fines del
siglo I, se
recopiló la «Didajé»
o «Doctrina
de
los apóstoles»: una guía para
instruir a los que se
preparaban para
ser cristianos y para
ordenar toda la
vida de la comunidad
según un esquema
de dos caminos: el de
la vida
y el de la muerte.
A inicios del siglo V,
San Agustín, a petición de
un catequista, escribe
«De catechizandis rudibus»:
27 capítulos para la
profundización en la fe quienes,
«aun siendo cultos en
el saber profano, eran rudos
en lo religioso».
Parte de la historia de la salvación,
que culmina en la
caridad de Cristo, motor de la
historia, quien por su
Resurrección da alegría al
catequista y al
catequizando.
En el siglo IX se
atribuye a Alcuino, consejero de
Carlomagno, la «Disputatio
puerorum per
interrogationes
et responsiones»: En preguntas y
respuestas para niños
abarca la historia sagrada y la
doctrina sobre los
Sacramentos, el Credo y el
Padrenuestro. Es
precursor de los catecismos modernos,
muy usado hasta el siglo
XII.
Su presentación en
forma de diálogo entre el
maestro y el alumno
facilitaba la enseñanza y el
aprendizaje. Su origen
deriva del método utilizado
por los primeros
cristianos para los catecúmenos, en
pequeños grupos. Luego
se fueron copiando los
rudimentos de la
doctrina en pequeños legajos, para
Catecismo de la Iglesia
Católica
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 16 Bol-357
transmitirse a
distancia y en el tiempo. Estos escritos
fueron desarrollándose
conforme fue progresando el
cristianismo, y una
vez consolidado como religión
dominante en Europa se
fue diluyendo su uso.
En el Libro de las
Sentencias de Pedro Lombardo,
siglo XII, llama
catecismo al libro que contenía la
interrogación
fundamental para el Bautismo o la
posterior formación.
Pero existían otras obras similares
con otros nombres:
Elucidarios, Septenarios
(relación comparativa
de los sacramentos, los dones
del Espíritu Santo,
las virtudes fundamentales y
vicios capitales, las
peticiones del Padrenuestro, las
bienaventuranzas).
Santo Tomás de Aquino
publicó folletos de su
predicación popular,
con el esquema que será propio
de los catecismos: lo
que se debe creer (Credo),
lo que se debe esperar
(Padre nuestro), lo que se
debe cumplir
(mandamientos), la Gracia para toda
la vida cristiana
(Sacramentos).
En 1357 el Arzobispo
de York publicó el «Lay
Folks
Catechism», bilingüe (latín-inglés) que incluía
el Credo, los
Sacramentos, los dos preceptos
de caridad, los site
pecados capitales y las siete
virtudes
fundamentales.
En 1368 el Sínodo de
Lavaur (Narbonne) elabora
un Catecismo Mayor,
cuyo aprendizaje es obligatorio
para los sacerdotes, a
fin de que pudieran
luego enseñar al
pueblo en los domingos y fiestas.
Un decreto del
Concilio de Trotosa en 1429
prescribe la redacción
de un «breve y útil resumen
de la Doctrina
Cristiana» al que llama «Breve
Compendio».
Con el material de sus
sermones, Martín Lutero
publicó en 1529 su Catecismo
(Mayor), como guía
para los predicadores
de su reforma. Luego compuso
otro para «niños y
sencillos» llamado
«Enchiridion»,
que se difundió ampliamente, con
múltiples reediciones,
y fue modelo de varias sectas,
con pertinentes
modificaciones. Calvino también
usó este método para
instruir al pueblo en las
nuevas doctrinas.
Como respuesta a la
necesidad de contrarrestar
la influencia del
protestantismo, a través de él se
replantearon y
sistematizaron los principios del
catolicismo. Surgió
una estrategia para atraer adeptos
al catolicismo y
conservar los que ya lo eran, a
través de un proyecto
de evangelización mediante
las órdenes religiosas
y el clero secular. Como parte
de esa estrategia se
publicó un catecismo y un
sumario de los
artículos de la fe cristiana, destinado
al empleo por parte de
los eclesiásticos para explicar
la doctrina.
El catecismo católico,
propiamente dicho, emanó
del Concilio de
Trento. Publicado en 1566, su
título es «Catechismus
ex Decreto Concilii
Tridentini
ad Parochos». Se le conoce más como
Catecismo Romano o de
San Pío V. Es un Catecismo
Mayor para párrocos, a
fin de ayudarlos en su
tarea de hacer más
clara y firme la fe en el pueblo.
Por su clara línea
doctrinal y metodológica, se
convirtió en modelo
para su tiempo y los siglos
siguientes.
El Catecismo de Trento
aportó unidad, pero sin
cancelar la vigencia
de los textos que habían probado
su validez y no se
habían contaminado de protestantismo.
En efecto, San Pedro
Canisio desde 1555 había
publicado en Alemania
el Catecismo Mayor, el
Catecismo
Mínimo y el Catecismo Menor: textos
concretos, inspirados
en la Biblia y en los Padres de
la Iglesia. Sin
controversias, respondían a lo que se
necesitaba reafirmar
en ese momento. Se hicieron
más de 400 reediciones
y se tradujo a 50 lenguas.
El Catecismo Romano
impulsó la redacción de
nuevos catecismos, los
cuales tomaron como punto
de partida y
referencia al tridentino, pero fueron
pensados para
destinatarios y circunstancias particulares.
El Catecismo Mayor se
destinaba a los
Obispos, párrocos y
catequistas; y el Catecismo
Menor
a niños, jóvenes o adultos en distintos niveles
y circunstancias.
Resaltaron más el contenido
que el método.
Por ejemplo, el
Catecismo del III Concilio Provincial
de Lima, escrito en
castellano, quechua y
aymara, adaptado a esa
región y cultura. Sus varios
libros (Doctrina
cristiana, Catecismo, Confesionario,
Sermonario) se
imprimieron en Perú de
1584 a 1585.
Imposible citar todos
los catecismos que encontramos
en cada región: San
Roberto Bellarmino,
Fleury, Casati, Migazzi, Deharbe, Dupanloup, San
Pío X.
Aunque eran ediciones
con reducido número de
ejemplares, existieron
muchos antes de la invenBol-
357 pág. 17
CONCILIO -
CATECISMO
ción de la imprenta.
Se les ha llamado «Doctrina
Cristiana», «Compendio
de la Fe». Cada uno tiene
su estructura,
relevando un aspecto, pero por su
contenido y finalidad
todos se encierran en la categoría
de Catecismo.
Para suplir las copias
manuales, se usaron «tablas
» para grabar las
verdades de la fe y las oraciones,
colocadas en lugares
visibles de la casa o de la
iglesia, a fin de que
todos aprendieran su contenido.
Otras veces fueron
catecismos por estampas, que
no sólo servían para
los analfabetos, sino como
útiles subsidios
didácticos para todos.
El Catecismo Mayor fue
Prescrito por San Pío
X el 15 julio 1905. Se
publicó para la exposición de
un modo claro los
rudimentos de nuestra fe católica
y de aquellas divinas
verdades con que debe informarse
la vida de todo
cristiano.
Los
Catecismos en México
En México, desde el
tiempo de la Colonia, se
hicieron populares los
Catecismos de Astete y de
Ripalda. También
gozaron de mucha difusión el
catecismo del abate
Claude Fleury y el del padre
Castaño, y en menor
medida el de Antonio Núñez
de Miranda, el de
Cayetano de San Juan Bautista y
el de Ignacio Paredes,
entre otros.
El Catecismo de
Astete fue
escrito por el P.
Gaspar Astete.
Es un compendio simple
de lo
que el cristiano debe
saber y cumplir
para salvarse. Sirvió
a la
gran expansión
católica de la
contrarreforma y la
Evangelización
del Nuevo Mundo. El
Padre
Gaspar
Astete nació en 1537 y
murió en 1601. Su
catecismo tuvo
gran difusión, de
suerte que se
contabilizan más de
mil ediciones.
A la parte original de
Gaspar
Astete
(1537-1601) le hizo adiciones
Gabriel
Menéndez de
Luarca
(1742-1812), y modificaciones Benito Sanz
y
Flores.
El «Catecismo de
Ripalda» es la exposición
breve de la doctrina
cristiana, escrito por el Padre
Jerónimo Martínez de
Ripalda con el objetivo de
poner al alcance de
los niños las bases de la doctrina
cristiana. Se utilizó
no sólo para enseñar la doctrina
cristiana, sino
también español, civismo y lectura.
Se tradujo al menos al
náhuatl, otomí, tarasco,
zapoteca y maya. En él
aprendieron normas de
comportamiento social
niños de una escuela poblana
del siglo XVIII, o una
concepción del mundo estudiantes
de un colegio
michoacano a mediados del
siglo XX.
El P. Ripalda, nació
en Teruel de
Aragón en 1536. En
1551 ingresó a la
Compañía
de Jesús. Tuvo a
su cargo las cátedras
de filosofía y
teología
y fue rector de la
Universidad
de
Salamanca. Se
distinguió
como orador sagrado.
En 1618 publicó
el Catecismo y
exposición
breve
de la
doctrina
cristiana.
También se imprimió
su libro Suave
coloquio del pecado con Dios.
Murió en Toledo ese
mismo año, a los 82 años.
Pedro de la Rosa,
editor poblano, obtuvo del Rey
permiso exclusivo para
editarlo en la Nueva
España. Sea en Comitán
o en Santa Fe,
este librito impreso
en Puebla pasaba de
mano en mano hasta
deshojarse y perderse.
Fueron decenas las
ediciones en miles
de ejemplares.
En el Fondo Lafragua
de la Biblioteca
Nacional, la más
antigua edición data de
1758 (Catecismo y
exposición breve de la
doctrina
cristiana con un tratado muy útil
con
que el christiano debe ocupar el tiempo
y
emplear el día). Hay otras ediciones
en castellano de 1784,
1810, y varias en
náhuatl, otomí y
tarasco. En la época independiente
continuó editándose en
Puebla,
ya no de manera
exclusiva. Ambrosio Nieto lo
seguía publicando y
distribuyendo a todo el país en
1940.
Se concebía a la
naturaleza, al mundo y al
hombre girando en
torno a Dios y el fin último del
conocimiento era
acercarse a Dios a través de la
comprensión de sus designios
para el hombre; todo
CONCILIO -
CATECISMO
pág. 18 Bol-357
lo demás era estudiado
sólo como medio para ese
fin. Aprendiendo los
niños la doctrina cristiana y
sus postulados
llegarían a obtener la gracia divina,
objetivo de la vida en
la tierra. A través de las
normas de la
cristiandad, aprendían una concepción
del mundo, y una
manera de relacionarse con
los iguales (la
autoridad, los subalternos, la sociedad
en su conjunto),
ubicándose en el universo
social y con relación
a los elementos circundantes.
Adquirían una
identidad propia y asimilaban las
normas del
comportamiento de la sociedad colonial,
aceptando su papel
dentro de una jerarquía
sumamente rígida.
Conforme el humanismo
se difundía y la modernidad
penetraba al
catolicismo, los conocimientos
útiles para la vida
adquirieron mayor relevancia en
el programa escolar.
La doctrina cristiana, la lectura,
la escritura y la
aritmética fueron contenidos
obligatorios por las
reformas borbónicas. Se fue
transformando en un
medio para aprender a leer.
Las Cortes de Cádiz y
algunas de las primeras
constituciones de los
estados independientes de
México añadieron a las
primeras letras el estudio de
los derechos y deberes
del hombre en sociedad.
Después de la
independencia, el método
lancasteriano fue predominando
en México. Distribuyendo
el tiempo escolar, y
definiendo como
contenidos
fundamentales la lectura, la escritura y
la aritmética, apenas
dejaba tiempo para aprender
la doctrina cristiana
dentro del horario de clases.
Era necesario contar
con un texto sencillo y directo.
La lealtad a Dios y a
la autoridad se traducía en
lealtad a los
gobernantes del naciente Estado mexicano.
El catolicismo era el
único lazo de identidad
que unía a los
mexicanos tan dispersos social y
geográficamente y tan
diversos culturalmente. Protegía
así la integración
nacional.
En las primeras
décadas del México independiente
las escuelas públicas
sostenidas por los municipios
y los gobiernos de las
entidades se multiplicaron.
En la mayoría de ellas
se utilizaba como
texto el catecismo de
Ripalda.
En 1853 el presidente
Lombardini en las «Reglas
que
deben observarse en el ramo de la instrucción
primaria»
decretó que debía enseñarse en las
escuelas «el catecismo
de Ripalda, Fleury y obligaciones
del hombre por
Escoiquiz». Un año después,
el presidente Santa
Anna dispuso que «en todas las
escuelas de la
República se enseñe la Doctrina
Cristiana por el
catecismo del Padre Ripalda aprobado
por el Arzobispo de
México (decreto de 13
enero 1852)». Estas
medidas buscaban fortalecer el
catolicismo como
sustento de la nacionalidad, frente
a la influencia de la
cultura anglosajona y del
protestantismo, sobre
todo tras la invasión norteamericana
y la amputación de más
de la mitad del
territorio mexicano.
Hubo cambios tras la
revolución de Ayutla. En
la Ley General de
Instrucción Pública para el Distrito
Federal y Territorios
de 1861 ya no se mencionó
al catecismo
religioso. Ignacio Manuel
Altamirano, entre
otros, lo criticó duramente como
libro de texto. En su
defensa Rafael Gómez publicó
un libro en 1871. Tras
cuatro décadas como Estado
independiente, un
nacionalismo laico iba desplazando
al sentimiento
religioso como ideología
integradora. Los
liberales más ortodoxos abogaron
por la enseñanza
libre, pero si la libertad educativa
contribuía al
fortalecimiento político de la Iglesia,
había que sustituirla
por la educación laica. En las
escuelas del último
tercio del siglo XIX, el catecismo
fue sustituyéndose por
catecismos o cartillas de
moral (Nicolás Pizarro
Suárez, Compañía
Lancasteriana, Luis
Felipe Mantilla y Mariano
Galván Rivera, entre
otros). Ripalda fue limitándose
a las iglesias y
escuelas confesionales. Maestros
rurales lo seguían
utilizando en escuelas públicas
para promover su
concepto de moral entre los
niños.
El libro está compuesto
de tres partes. La primera
está integrada por una
especie de anexos para
consulta. La segunda,
por las oraciones básicas y
los principios
doctrinarios. Y la tercera constituye
el catecismo
propiamente dicho, es decir el conjunto
de preguntas y respuestas
para la presentación
didáctica de las
oraciones y bases de la doctrina.
Comienza con las
«advertencias», fiestas de los
indios, tabla de
fiestas móviles; Santos de cada día
del año: una versión
de los «añalejos». Sigue la
Oración del Santo del
día, con un espacio en blanco
para incluir el
nombre, y la «Salutación» para
empezar la jornada.
La segunda parte
inicia con nueva paginación:
«El Texto de la
Doctrina Christiana». Las dos
primeras páginas
justifican y enseñar la Señal de la
Cruz. Enseguida se
presentan el Padre Nuestro, el
Bol-357 pág. 19
CONCILIO -
CATECISMO
Ave María, el Credo,
la Salve, los Diez Mandamientos
de la ley de Dios, los
cinco de la Santa
Madre Iglesia, los
Siete Sacramentos, los 14 Artículos
de Fe, las Obras de
Misericordia, los Pecados
Capitales, las
Virtudes, los peligros y las potencias
del alma, los
sentidos, los dones y los frutos del
Espíritu Santo y las
Bienaventuranzas. Finalmente
viene la lista de
actos con que se perdona el pecado
venial, las
postrimerías del hombre (muerte, juicio,
infierno y gloria) y
el «Yo pecador». Todas estas
oraciones se debían
aprender paulatinamente dentro
de un contexto
explicativo para cada una, a
través del catecismo
propiamente dicho que constituye
la tercera parte del
texto.
A través del sistema
de diálogo se buscaba que
el niño fuese
aprendiendo los rezos de la segunda
parte, partiendo de un
razonamiento, una explicación
del sentido de cada
oración y cada frase. Se
hacen preguntas
referidas a la oración correspondiente
y luego se deja el espacio
para que el niño la
repita de memoria. Los
preceptores podían seguir el
catecismo desde sus
primeras páginas, y hacer
aprender al niño
primero las oraciones sueltas y
luego la parte de
preguntas y respuestas, lo que es
árido, y tedioso; o
iniciar desde la tercera parte, con
las preguntas y
respuestas e ir memorizando cada
oración en su
contexto. Esto hacía del
adoctrinamiento un
proceso razonado, interesante,
fructífero, donde
había reflexión y análisis con un
buen instructor,
relacionando el texto con el sujeto,
su concepto de sí, el
afianzamiento de sus valores,
sus vivencias
cotidianas y a guiar sus objetivos en
la vida conforme al
dictado de la autoridad.
Es el ideal humano
hacia el que se quería conducir
a los estudiantes. En
este librito se resumen el
conjunto de valores
que se estaban promoviendo de
manera expresa. Los
funcionarios estatales encargados
de fomentar la
instrucción pública ¿cómo no
difundir este concepto
ético, y hacer obligatorio
este compendio de
moral en bien de la sociedad? En
esta perspectiva se
explica la aceptación de este
texto tanto por
pensadores tradicionales como por
ilustrados; y su
vigencia igual en las escuelas
parroquiales del siglo
XVIII que en las
lancasterianas,
símbolo de la modernización educativa
del siglo XIX.
Se concebía a Dios
como el centro y el objetivo
del conocimiento, pero
su utilidad trascendió al
humanismo. Y fue
traído para conducir al niño
«salvaje», desde una
forma de vida propia de una
sociedad rural
dispersa, hacia la que facilitara el
desarrollo de una
sociedad industrial, urbana. Más
allá de su contenido
expreso y de los imperativos
categóricos o valores
universales, subyacía también
la ética de la
propiedad privada, del respeto
incuestionable a la
autoridad, en sus jerarquías; la
exaltación del
individuo, el mérito al esfuerzo personal
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