sábado, 10 de noviembre de 2012

catecismo de fleury

  catecismo de fleury

En el año 2012 tendremos la celebración de dos niversarios importantes que interesan a toda la Iglesia:
el 50° aniversario del inicio del ConcilioII, y el 20° aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, el 11 de octubre de 1962, el Beato Juan XIII hacía la Apertura del acontecimiento más importante del siglo XX que lanzaría a la Iglesia hacia la evangelización del III milenio. Y en su 30° aniversario, el Beato Juan Pablo II, con la Constitución apostólica «Fidei
depositum», entregaba a la Iglesia el Catecismo del Concilio Vaticano II para los tiempos nuevos.
La principal celebración conmemorativa será, sin duda, la XIII asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la «Nueva Evangelización para una transmisión de la fe cristiana». Se escribirán también muchos artículos y libros sobre el tema, haciendo un balance de estos años, y juzgando críticamente sus aplicaciones en el presente. Pero es preciso volver directamente a sus textos y releer sus 16 documentos (4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones) en el contexto de la renovación
de la Iglesia y la asimilación de sus convicciones e intuiciones. Puesto que el Concilio no fue tanto un punto de llegada, sino un punto de partida que abrió caminos nuevos en la autocomprensión de la Iglesia y en su misión evangelizadora. Por eso ofrecemos a los agentes de pastoral en este Boletín de Pastoral un panorama general, tanto del Concilio Vaticano II en el contexto de los concilios ecuménicos de la Iglesia, como también del Catecismo de la Iglesia católica en el contexto de los catecismos
anteriores. Esperamos que sirva como una guía para su lectura directa de estos importantes documentos, mismanque presupondrán las demás publicaciones.
Dice el Beato Juan Pablo II en «Tertio millennion adveniente»: «El Concilio Vaticano II… ha mostrado con nuevo vigor a los hombres de hoy a Cristo, el ‘Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo’ (Jn 1, 29), el Redentor del hombre, el Señor de la historia. En la asamblea conciliar la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó su propia identidad, Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de la Palabra de Dios, confirmó la vocación universal a lansantidad; dispuso la reforma de la liturgia, ‘fuente y culmen’ de su vida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del servicio pastoral desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro. Sobre la base de esta profunda renovación, el Concilio se abrió a los
cristianos de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hombres de nuestro tiempo. Ningún otro Concilio habló con tanta claridad de la unidad
de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del
principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a cabo sumandato misionero, de los medios de comunicación
social» (TMA 19). «La enorme riqueza de contenidos y el tono nuevo, desconocido antes, de la presentación conciliar de estos contenidos, constituyen casi un anuncio
de tiempos nuevos
El Concilio Vaticano II
Tanto amó la Iglesia al mundo, que le dio un Concilio propio. En ese mundo plural y poliédricono aparecen muy clarificados el trigo y la cizaña, e incluso nos fascinan las flores del mal. Pero la Iglesia, dotada para
el discernimiento, de Cristo. No puede ser el polo opuesto, el grupo a la defensiva o el profetismo hostil y sistemático hacia la sociedad o el sistema con los que convive.
El Concilio es la carta magna de la Iglesia que evangeliza el mundo actual. Presentan a la Iglesia comunión (LG), convocada por la Palabra (DV) para buscar la salvación del mundo (GS) mediante celebración de su fe (SC) y la caridad. Sus textos han de ser comprendidos en su globalidad (conceptos, afirmaciones), sin parcializarlos o sacarlos de su contexto. No se vale hacer una interpretación legalista, visionaria o espiritualista. Sus enunciados se interpretan en continuidad con la tradición eclesial (volver a las fuentes). Fue el punto de partida de una renovación eclesial en todas sus dimensiones (binomios: presente-futuro,material-espiritual, personal-comunitaria, inmanente- trascendente, sujeto-destinatario, naturalezagracia,
fe-razón, Iglesia-cultura, Evangelio-vida). Pretendía renovar la vida cristiana personal y comunitaria, alargar los confines de la Iglesia, rectificar los defectos, lograr nuevas metas. Su signo más expresivo es la pastoral orgánica.
QUE SON LOS CONCILIOS
ECUMÉNICOS Un Concilio es una asamblea de Obispos para tratar asuntos que se refieren a la vida de la Iglesia. Si es convocado por el Papa para todos los Obispoe la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, se llama Concilio ecuménico, es decir, universal.
Si lo integran Obispos de una nación o región, es regional, pero se prefiere considerarlos asambleas de Obispos o
sínodos. «La potestad del Colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio E c umé n i c o » (CIC 337,1). Compete al Papa convocarlo, presidirlo, trasladarlo, suspenderlo o disolverlo, y aprobar sus decretos; le corresponde
también determinar las cuestiones a tratar, y establecer los reglamentos (CIC 338).
La Iglesia ha tenido 21 Concilios considerados Ecuménicos, además del de Jerusalén (Hch 15).
Digamos algo acerca de cada uno de ellos.
1. Concilio de Nicea
(20 mayo a 25 julio 325). Convocado por la autoridad del Papa San Silvestre,
bajo la ejecutoria del emperador Constantino, y presidido por el Obispo Osio de
Córdoba, que actuó en representación del Papa. Condenó la herejía de Arrio que negaba la divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre. Formuló la primera parte del Símbolo de la Fe conocido como Credo Niceno, definiendo la divinidad del Hijo de Dios hecho hombre, y se fijaron las fechas para celebrar la Pascua en la Iglesia. «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre...» (Dz 54).
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CONCILIO - CATECISMO
2- Concilio Primero de Constantinopla (mayojulio
381).
En tiempo del Papa San Dámaso, convocado por el emperador romano Teodosio I y presidido sucesivamente por el Patriarca de Alejandría Timoteo, el Patriarca de Antoiquía Melesio, el Patriarca de Constantinopla Gregorio nacianceno, y su sucesor el Patriarca Nectario. El Papa Dámaso no mandó representación. Se ocupó de las herejías de los macedonianos, eunomianos o anomeos. Formuló la segunda parte del Símbolo de Fe conocido como
Creado Niceno-constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo. Se condenó a los seguidores de Macedonio I de Constantinopla por negar la divinidad del Espíritu Santo.
3- Concilio de Éfeso
(de 22 junio a 17 julio 431).
Convocado por el emperador romano de oriente Teodosio II, con aprobación del Papa San Celestino I, y presidido por el Patriarca Cirilo de Alejandría, denunció las enseñanzas del Obispos de Constantinopla Nestorio como erróneas (Difisismo) decretando que Jesús es una única Persona y no dos separadas. El Papa mandó como legados a los Obispos
Felipe, Arcadio y Proyecto. Proclamó a Jesús Cristo como la Palabra de Dios Encarnada y a María como la Madre de Dios (theotokos). Renovó la condena de Pelagio y sus seguidores. El símbolo de Éfeso precisa que las dos naturalezas, humana y divina de Cristo, están unidas sin confusión y por lo tanto María es verdaderamente «Madre de Dios».
4- Concilio de Calcedonia
(de 8 octubre a 1 noviembre 451). Bajo la autoridad del Papa San León I el Magno,
convocado por el emperador romano de oriente Marciano, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Anatolio. El Papa, mandó como su representante personal
 l Obispo Pascanio. Trató las herejías de quienes negaban a Jesucristo la naturaleza divina, o la humana, o las confundían. Proclamó a Jesús Cristo como
totalmente divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona. Rechazó así la doctrina del monofisismo, originando división en las antiguas
Iglesias orientales que sí lo aceptan (como la Ortodoxa Copta, la Apostólica Armenia, la Ortodoxa Siriaca y la Ortodoxa Malancar de la India).
5- Concilio Segundo de Constantinopla
(de 5 mayo a 2 junio 553). Bajo la autoridad del Papa Virgilio y en presenciasuya,  convocado por el emperador romano de oriente Justiniano I, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Eutiquio. Condenó la herejía de los «tres capítulos» y el monofisismo.
Confirmó las doctrinas de la Santísima Trinidad y la Persona de Jesucristo. Condenó los
errores de Orígenes y varios escritos de Teodoreto; del obispo de Mopsuestia Teodoro, y
del obispo de Edesa Ibas.
6- Concilio Tercero de Constantinopla
(de 7 noviembre 680 a 16 septiembre
681). Con el Papa San Agatón, convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. También se conoce como Concilio Trullano. Condenó solemnemente la herejía de quienes admitían en Cristo una sola voluntad (monotelitas). Definió dos voluntades en  Cristo: divina y humana, como dos principios operativos.
7- Concilio Segundo de Nicea
(de 24 septiembre a 23 octubre 787) Bajo la autoridad del Papa Adriano I y ratificado
por su autoridad, convocado por Irene, regente del emperador romano de oriente Constantino VI, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Tarasio.. Afrontó la doctrina de los iconoclastas y definió la legitimidad del culto a las imágenessagradas. Afirmó el uso de iconos como genuina expresión de la fe cristiana, regulándose la veneración de las imágenes sagradas.
8- Concilio Cuarto de Constantinopla
(869-870).
Convocado por el Papa Adriano II y el emperador bizantino Basilio I, en el año 869 duróhasta el siguiente y tuvo como principal tema la condenación del patriarca Focio, autor del cisma
oriental. Fue depuesto y excomulgado Focio, y rehabilitado San Ignacio. No es reconocido por la Iglesia Ortodoxa, pues en Oriente, Focio es un santo teólogo.
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9-Concilio Primero de Letrán (1122-1123).
Convocado por el Papa Calixto II, inmediatamente después del Concordato de Worms que puso
fin a la querella de las investiduras, aboliendo el derecho de los príncipes a investir dignidades y tener beneficios eclesiásticos. Muy lleno de incidentes. Se ocupó de las investiduras, la imonía, ely el incesto.
10- Concilio Segundo de
Letrán (año 1139).
Este Concilio convocado por el Papa Inocencio II, afrontó el delicado asunto de los falsos pontífices, de la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos sacramentos. Se condenó a Arnaldo de Brescia.
11- Concilio Tercero de
Letrán (año 1179).Convocado bajo el Sumo Pontífice Alejandro III
para condenar a los Albigenses y Valdenses, se ocupó nuevamente de condenar la simonía. Se
dictaron muchas disposiciones para la reforma moral de los miembros de la Iglesia.
12- Concilio Cuarto de Letrán (año 1215).
Fue convocado bajo la autoridad del papa Inocencio III para condenar varias herejías:
Albigenses, Valdenses, Abad Joaquín de Fiori, y otras. Se elaboró un credo más extenso, contra los Albigenses.
13- Concilio Primero de Lyon (año 1245).
Convocado y presidido por Inocencio IV, noabordó asuntos dogmáticos, sino sólo problema smorales y disciplinares de la Iglesia. Excomulgó y depuso al emperador Federico II y convocó una cruzada, al mando del rey San Luis IX de Francia,
que asistió al concilio.
14- Concilio Segundo de Lyon (año 1274)
Convocado por Gregorio X, consiguió una breve unión con la Iglesia de Oriente, separada de Roma desde el llamado Cisma de Oriente. Se promulgaron normas para la elección del papa. Se añadió la cláusula «Filioque» al símbolo Constantinopolitano.
15- Concilio de Vienne (1311-1312).onvocado por Clemente V, el primer Papa
exiliado en Avignon. Trató de los errores de los Templarios, Fraticelli, Beguardos y Beguinas, y de Pedro Juan de Olivi. Abolió la orden de los Templarios.
Dictó normas para reformar al clero.
16- Concilio de
Constanza (1417-1421).
Convocado por el Papa Martín V, se clausuró hasta cuatro años después. Condenó los errores de Wicleff, Juan Hus, y otros. También se ocupó de las divisiones en la Iglesia provocadas por el Cisma de Occidente. Considerado ecuménico en sus últimas sesiones (XLII-XLV), al legitimarlo Gregorio XI por convocación formal.
17- Concilio de Florencia-Basilea
(1431-1445).
Convocado por Eugenio IV para buscar la pacificación religiosa de Bohemia. Se celebró en Basilea, Ferrara y Florencia, duró hasta 1445. Se intentó la unidad con los ortodoxos, sin resultados Logó la unión de los armenios y jacobitas con la Iglesia de
Roma.
18- Concilio Quinto de Letrán (1512-1517).
Convocado en 1511 por el Papa Julio II y clausurado por León X. Su tema central fue la reforma de la Iglesia, decretándose disposiciones disciplinarias. Se propuso una cruzada contra los turcos, que no se llegó a realizar.
19- Concilio de Trento (1545-1563).
Fue inicialmente convocado por Pablo III para tratar el problema de la escisión de la Iglesia por la Reforma protestante. Se ocupó de innumerables temas doctrinales, morales, disciplinares, de acuerdo con la problemática presentada por el protestantismo. El Decreto sobre la justificación, el de los Sacramentos, el de la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras, etc., son los más sobresalientes, e infinidad de disposiciones disciplinares. Se condenaron los errores de Lutero y otros autodenominados reformadores. Es el concilio más largo, en el que se promulgaron más decretos dogmáticos.
20- Concilio Vaticano Primero
(1869-1870).
Convocado por el Papa Pío IX, tuvo que interrumpirse el 20 septiembre 1870, a la toma de Roma por Garibaldi. Afrontó los temas fundamentales de la fe y constitución de la Iglesia. Se definió la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando habla ex cathedra en temas de fe y moral.
21- Concilio Vaticano II (1962-1965).
Convocado por Juan XXIII, quien lo anunció desde enero 1959, tuvo cuatro sesiones, de 1962 a
1965. La primera, en el otoño de 1962, fue presidida por Juan XXIII, quien falleció el 3 junio 1963. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el Pontífice Pablo VI. Fue un concilio pastoral, no dogmático. Preparado durante tre años por comisiones de trabajo en las que intervinieron especialistas y teólogos de todo el mundo, adquiere un tono verdaderamente ecuménico. Son notables las diferencias con otros concilios: a) el clima de expectación que suscitó en la Iglesia y fuera de ella; b) la preparación esmerada de los
temas sometidos a debate; c) la participación de más de dos mil Obispos, prácticamente la totalidad; d) la presencia de observadores de la mayoría de Iglesias y comunidades cristianas separadas de Roma; e) la participación de laicos. Su diferencia esencial es el estilo con el cual estudia y define el mensaje cristiano frente al mundo de hoy, cristalizando un nuevo clima y dando un nuevo rostro a laIglesia.
DESARROLLO DEL
CONCILIO VATICANO II
1.- La gestación del Concilio Vaticano II
El Beato Juan XXIII, de espíritu libre, sencillez evangélica, sin miedo, confiado en Dios, por una moción del Espíritu, proyectó el Concilio, resaltando tres objetivos primordiales: la renovación interna de la Iglesia y su puesta al día; la ayuda de la Iglesia al mundo de nuestro tiempo para su elevación moral, material y social; y el impulso ecuménico
a la unidad de los cristianos. Había un clima de unidad, y casi uniformidad, en
comunión con Roma. Muy distinto de los Concilios del pasado, convocados en coyunturas dramáticas, para conjurar herejías, cismas, relajación eclesiástica,
o corrupción de las costumbres populares. Habló de «aggiornamento», pues el término
«reforma» había dejado huellas dolorosas en la memoria colectiva de la Iglesia católica.
El Concilio del siglo XX no iba a ser, pues, fruto de la sorpresa o la improvisación, sino más bien la osecha de un siglo de acción callada del Espíritu en el corazón de la Iglesia. Destacaban teólogos como: Rahner, Schilleebec, Von Baltasar, Congar, De Lubac. Danielou y otros; literatos católicos como Mauriac, Paul Claudel, Bernanos, Grahan Greene y
Bruce Marhall; numerosos pensadores y publicistas:

2. Preparación del Concilio Vaticano II:
El 25 de enero de 1959, desde San Pablo extramuros, el papa Juan XXIII anunció el Concilio
del siglo XX. Del 17 de mayo de 1959 al 15 de junio de 1960 se realizó la fase antepreparatoria. En la primavera de 1960, Card. Tardini pidió propuestas de temas a los obispos de todo el mundo. nMons. Pericle Felici recibió 1,998 respuestas, 7,700 páginas (Actaet Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II apparando. Series antepreparatoria IXVI).Fueron catalogadas y formuladas como proposiciones en dos volúmenes de resumen.
El 29 de junio de 1959, en la Encíclica «Ad Petri cathedram» el papa dio las primeras indicaciones sobre los fines del Concilio. Con el Motu proprio «Superno Dei», el 15 de junio de 1960, inició la fase preparatoria. Instituyó las 12 comisiones y 3 secretariados, para trabajar 75
esquemas, que se irían reduciendo hasta 22. Del 12 al 20 de junio de 1961 se realizó la
primera reunión de la Comisión central. Se celebrarían siete reuniones plenarias para examinar los fascículos de los esquemas propuestos. Eran 2,100 páginas en 121 opúsculos. El 25 de diciembre de 1961, con la Constitución «Humanae salutis», el papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II. El 2 de febrero de 1962, con el Motu proprio «Concilium», fijó la apertura el 11 de octubre. Pedía Juan XXIII oraciones por el éxito del Concilio, a todos los fieles en la Encíclica «Poenitentiam agere» (1 junio 1962) y a los religiosos
con la Carta «Il tempo massimo» (2 junio). El 10 de junio pidió observadores delegados a
los cristianos separados. En julio y agosto se enviaron los textos a los obispos, para su estudio previo. El 5 de septiembre se publicó el Reglamento con el Motu proprio «Apropinquante Concilio». El 11 de septiembre, el papa dirigió al mundo un
radiomensaje.
3. Gestión del Concilio Vaticano II:
El 11 octubre 1962 se celebró la solemne Inauguración en la Basílica de San Pedro. En su discurso histórico de Apertura de la Asamblea, Juan XXIII anunció, con trazos firmes, un futuro esperanzador para la Iglesia y para el mundo, una ocasión privilegiada para que la Iglesia pudiera mostrar a todos sus tesoros de santidad y de unidad. Nadie imaginaba
el enorme caudal de energías que el Concilio iba a liberar; ni las tensiones, problemas y momentos dramáticos que desencadenaría. Apenas los 2540 Padres conciliares ocuparon
sus escaños en los graderíos de la nave central de la Basílica de San Pedro y se abrió el gran Foro de la Iglesia, televidentes del mundo entero pudieron seguir el correr de las intervenciones cardenalicias y episcopales, con una gran libertad de espíritu, hondo sentido de Iglesia universal, y entrando a fondo en problemas doctrinales y pastorales, actuales y candentes.
La primera etapa de sesiones se realizó del 11 octubre al 8 diciembre del mismo año. Se inició con la discusión el esquema sobre Liturgia, pues los otros esquemas no fueron juzgados maduros y necesitaban revisión (Revelación, medios de comunicación, unidad de los cristianos, la Iglesia). Aunque no llegaron a cuajar un documento, establecieron los
grandes principios doctrinales y pastorales.
Se siguió trabajando en la redacción: una comisión de coordinación rehizo prácticamente los 17
esquemas. El 3 junio 1963 murió el papa Juan XXIII, meses antes de la segunda Etapa conciliar. Había respetado meticulosamente la libertad de los Padres del Concilio, ayudando en momentos difíciles con oportunas dispensas o correcciones del reglamento de la
Asamblea. El 21 junio es electo Pablo VI. Decide continuar el Concilio, anunciando el 27 de junio la segunda etapa para el 29 septiembre. El 14 septiembreconvocó a los padres conciliares y nombra 4 cardenales  oordinadores (Agagianiani, Lercaro,
Doepfner, Suenens). El Papa Montini se movía en unas coordenadas teológicas, históricas y pastorales,e dieron rostro propio, al Concilio Vaticano II, en
su apertura a la modernidad.
La segunda etapa de sesiones se realizó del 29 septiembre al 4 diciembre 1963. En octubre se
discutió el esquema de Iglesia, y en noviembre el de Obispos y diócesis, y Ecumenismo. Hubo fuertes debates acerca de la Iglesia, sobre todo entre Card.Ottaviani y Card. Frings. La Colegialidad episcopal, las relaciones con los cristianos separados, los judíos, fueron temas candentes. El Concilio abrió sus puertas a la información mediática mundial. Se cuadruplicaron los espacios informativos sobre la Iglesia en todos los países desarrollados, no sin sensacionalismo ante las incidencia del Aula conciliar, o lecturas ideológicas y políticas de cuanto en ellas se ventilaba. El 4 diciembre, en la Clausura, se pudo promulgar la Constitución «Sacrosantum Concilium» sobre sagrada Liturgia, y el Decreto «Inter mirifica»
sobre los medios de comunicación social.
Del 4 al 6 enero 1964 Pablo VI visitó TierraSanta, y dio un abrazo de fraternidad al Patriarca
Atenágoras. Por el Motu proprio «Sacram Liturgiam» (25 enero) el papa creó un Consejo para la aplicación de la renovación litúrgica, y por el Motu proprio «In fructibus» (2 abril) creó una comisión pontificia para los medios de comunicación El 30 abril, en la Carta «Spiritus Paraclitus», Pablo VI pedía oraciones por el Concilio. El 17 mayo anunció un Secretariado para la unión de los cristianos. El 2 julio reformó el Reglamento conciliar para facilitar los debates. Y el 1 octubre escribe al Card. Tisserant sobre la tercera sesión.
La tercera etapa de sesiones se realizó del 14 septiembre al 21 noviembre 1964. Se trataron los textos de escatología y María, obispos, libertad religiosa, judíos y religiones no cristianas, Revelación, laicos, sacerdotes, Oriente, glesia y mundo moderno, misiones, religiosos,
seminarios, educación, sacramentos. Discutieron principalmente sobre revelación y  colegialidad; hubo tensiones con relación a los judíos.
En la Clausura logró dar a luz la Constitución dogmática «Lumen Gentium» sobre la Iglesia; y los Decretos «Orientalum ecclesiarum» y «Unitatis redintegratio». En la Clausura, el papa Pablo VI proclamó a María como Madre de la Iglesia.
El 28 agosto 1965 Pablo VI anunció la última etapa del Concilio en una Exhortación Apostólica.
La última etapa de sesiones se llevó a efecto del 14 septiembre al 8 diciembre 1965.
El 15 septiembre se instituyó el Sínodo de los Obispos por la Constitución apostólica «Apostolica
sollicitudo».
Se discutieron los esquemas de libertad religiosa,Iglesia y mundo moderno, misiones y sacerdotes. El papa visitó la ONU del 4 al 5 noviembre. El 28 octubre se promulgaron los Decretos«Gravissimum educationis», «Nostra aetate».
El 4 noviembre el papa pedía oraciones por la feliz conclusión en la Exhortación apostólica «Postremasessio». El 18 noviembre se promulgó la Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación y el Decreto «Apostolicam actuositatem». El papa anunció la reforma de la Curia, los procesos de beatificación Concilio, y el próximo Sínodo.
El 7 diciembre se promulgaron los Decretos «Perfectae charitatis», «Presbiterorum Ordinis»,
«Ad gentes»; Constitución «Gaudium et spes» sobre la Iglesia en el mundo actual; Declaración «Dignitatis humanae». Hubo además la Declaración
Estambul-Vaticano.
En la Plaza de San Pedro, al aire libre, el 8 diciembre 1965 se realizó la solemne Clausura. El
día de la Inmaculada Concepción, el Papa Pablo VI clausuró con la máxima solemnidad el Concilio del siglo XX, con el gozo compartido de todo el orbe católico ¡Jornada grande entre las grandes, para la memoria histórica de la Cristiandad! Deberes cumplidos, horizontes de esperanza. En sus cuatro etapas dio respuesta a la pregunta preliminar que planteó Card. Montini en la primera Sesión: «Iglesia ¿qué dices de ti misma?».
Acogió igualmente la propuesta de Card. Suenens
de contemplar el misterio de la Iglesia ad intra (en
su componente mistérico y comunional) y ad extra
(en su proyección samaritana y misionera). Asimiló
la intuición de Card. Lercaro sobre la
catolicidad vertical en el tiempo, que nos remite a
las Comunidades apostólicas, el retorno a las
fuentes. Y alza su mirada atenta a los signos de los
tiempos, el símil evangélico asumido también por
Juan XXIII. Escuchó la recomendación del Obispo
Desmedt, de Brujas, de librar a la Iglesia de los
lastres de la trilogía: Clericalismo, Juridicismo y
Triunfalismo.
La voz de los diversos teólogos y pastores de la
Iglesia fue asumida por el Magisterio, pasando así
a formar parte del patrimonio de la Iglesia, y perdiendo
la paternidad de una persona o movimiento
teológico particular.
Los Padres de la Clausura siendo numéricamente
los mismos, poco más o menos, que los de la
Apertura, con los fallecimientos y relevos eran, en
buena medida hombres nuevos, en su convicción y
decisión de difundir lo allí aprobado, y hacerlo vivir
en sus Iglesias respectivas.
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El Vaticano II ha sido el más amplio, rico y
orgánico de todos los celebrados en la Iglesia. No
fue respuesta ocasional a herejías o conflictos
eclesiales de la época. Ha querido profundizar en el
misterio de la propia Iglesia y de su misión en este
mundo. Concilio Cristocéntrico, Concilio
Eclesiológico.
Su aportación más original y valiosa a la fe y a la
Teología ha sido precisamente esa realidad dual
Iglesia-Misterio e Iglesia-Pueblo de Dios, Iglesia-
Comunión e Iglesia-Misión, inseparables entre sí,
reflejo de la persona de Cristo, con su filiación
divina y su encarnación humana. Lo que Dios unió
no lo separe el hombre. Muchos fallos de la Iglesia,
sus fieles y sus detractores se deben a polarizaciones
alternativas de estos elementos.
LOS DOCUMENTOS
DEL CONCILIO VATICANO II
El Concilio fue el autor del Concilio. El arsenal
de documentos entregados por las Comisiones preparatorias,
se fue condensando, en su contenido y
formato, como maquetas para el pronunciamiento
del Cuerpo sinodal. Los proyectos recibidos fueron
estudiados, analizados ponderadamente, debatidos,
y devueltos al taller de las nuevas Comisiones,
elegidas por el Aula. Todo funcionaba en categorías
de Iglesia universal.
Los textos conciliares fueron la resultante de un
largo proceso de revisiones y modificaciones, hasta
su puesta a punto, con impecable rigor, para la
votación secreta y solemne del Pleno conciliar,
antes de su refrendo final por el romano Pontífice.
La Iglesia, como árbol corpulento y frondoso,
hunde sus raíces en la Palabra revelada de Dios y se
experimenta a sí misma como Misterio de fe, Sacramento
universal, Cuerpo de Cristo y Pueblo de
Dios. Peregrina en la historia humana, cobija bajo
sus ramas a santos y pecadores, como depositaria de
la gracia redentora de Cristo resucitado. Todos sus
miembros gozan de la misma dignidad y están
llamados a la santidad; y aunque dotados de carismas
varios e investidos de diferentes misiones, viven
todos ellos en comunión de amor y de obediencia al
Sucesor de Pedro y al Colegio de los Obispos, que
sucede al de los Apóstoles. Así, hasta que Él vuelva.
Muy diferente a la Sociedad perfecta, homologada
al Estado, de la eclesiología anterior.
a) CONSTITUCIONES
Las cuatro constituciones son los documentos de
mayor importancia, y tratan acerca de los temas
fundamentales que abordó el Concilio. Son las
siguientes:
1. Gaudium et Spes
Es el desarrollo del «Esquema 13», máximo
logro del Concilio, la manifestación más clara del
aggiornamento. Trata acerca de la Iglesia en el
mundo actual: la posición de la Iglesia frente a los
problemas candentes modernos. Interpreta los signos
de los tiempos con la luz del Evangelio. Tiene
cuatro partes. La primera es un prefacio y la segunda
una introducción acerca de la situación del
hombre en el mundo moderno. La tercera «De la
Iglesia y la vocación del hombre», habla de la
visión de la Iglesia acerca de la dignidad del ser
humano, la vida en sociedad, la actividad del hombre
en el mundo y el rol de la Iglesia en el mundo
actual. La cuarta parte tiene como finalidad explicar
la misión en la actualidad de la Iglesia y se
explaya en ciertos temas particulares como el desarrollo
económico y social, la naturaleza del matrimonio
en la vida moderna, la política, la expansión
de la cultura y sobre la paz y la promoción de la
comunidad de naciones. Trata temas como matrimonio,
natalidad, familia, cultura, hambre, relaciones
políticas, relaciones Iglesia-Estado, guerra y
paz. Fue aprobada por 2.307 votos contra 75, y
solemnemente promulgada por Pablo VI el 7 diciembre
1965.
2. Dei Verbum
Trata acerca de la Revelación y cómo debe
entenderse, estudiarse y practicarse. A diferencia
de las demás constituciones, ésta es netamente
teológica. Contempla el modo de interpretar la
Sagrada Escritura. En ella la Iglesia se contempla
a sí misma como oyente humilde y custodia fiel de
la Palabra, inspirada intérprete e incansable
pregonera de la misma. Así los católicos, cautelosos
durante siglos ante los excesos del libre examen,
recobran con entusiasmo la lectura, el estudio,
la meditación y el sabor de los libros santos.
Un gran movimiento bíblico es fuente de vida
cristiana en la Iglesia universal. En el contexto de
la única Palabra de Dios, que llega a nosotros en la
tradición viva de la Iglesia.
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CONCILIO - CATECISMO
3. Lumen Gentium
Es el más importante documento aprobado por
el Concilio, del cual dependen todos los demás.
Trata acerca de la Iglesia en sí misma, y establece
por primera vez organismos colegiados, como el
Sínodo de Obispos como formas de comunicación
entre los creyentes y el Papa. Define a la Iglesia
como pueblo de Dios, en el cual todos están unidos
y son corresponsables: sacerdotes,
consagrados y laicos. Define la
función de los obispos, tanto personal
como en cuando colegio
apostólico. Restablece el
diaconado como grado permanente
en servicio de la Iglesia abierto
a casados. La Constitución se divide
en 8 partes: 1) El Misterio de la
Iglesia. 2) El sentido de «Pueblo
de Dios». 3) Constitución jerárquica
de la Iglesia y en especial del
episcopado. 4) Los laicos. 5) La
universal vocación a la santidad de los cristianos en
la Iglesia. 6) Los religiosos, es decir aquellos hombres
y mujeres que desean vivir el llamado del
evangelio con la práctica de los consejos evangélicos.
7) La índole escatológica de la Iglesia
peregrinante y su unión con la Iglesia actual. 8) La
Virgen María, sobre cómo se entiende en la Iglesia
católica, y su auténtico culto. Fue aprobada con el
voto favorable de 2.151 contra 5 obispos, y promulgada
el 21 noviembre 1965 por Pablo VI.
4. Sacrosanctum Concilium
Fue la primera de las constituciones aprobadas
por el Concilio. Reafirma la importancia y la naturaleza
esencial de la liturgia dentro de la vida de la
Iglesia, estableciendo las bases para su reestructuración.
Fijó los principios de la renovación litúrgica
en todo el mundo. Aportó al acerbo conciliar la
introducción de la lengua popular en las celebraciones
sagradas, la Misa de cara al pueblo subrayando
su aspecto de oración comunitaria, la potenciación
en ella de la Liturgia de la Palabra, una participación
más viva de los fieles, con acceso a diversos
ministerios laicales, y amplio espacio a los ritos y
tradiciones de los pueblos. ¡Cuánta diferencia entre
oír misa y celebrar la Eucaristía!. Fue aprobada
por 2.147 votos contra 4, siendo promulgada por
Pablo VI el 4 diciembre 1963.
b) DECRETOS CONCILIARES
Son textos de menor importancia, pero no de
menor trascendencia. Tratan sobre principios
doctrinales aplicables a ciertas actividades u organizaciones
de la Iglesia católica y tienen un fuerte
valor teológico. Cinco son relativos a los obispos,
presbíteros, religiosos, candidatos al sacerdocio y
laicos en general, y se entroncan en la teología y
espiritualidad de la Lumen
Gentium. Trazan las líneas maestras
de cada uno de esos estamentos,
pisando tierra firme en sus problemas
respectivos, mirando horizontes
de mejora. El más novedoso es
el de los Laicos. Hay otros tres
Decretos independientes (Misiones,
Ecumenismo y Medios de comunicación
social).
Los Padres Conciliares aprobaron
nueve decretos:
1. Ad Gentes (Sobre la actividad misionera de la
Iglesia).
Es el de mayor densidad teológica y mayores
energías transformadoras en el impulso misionero
de todos los fieles conscientes de su Bautismo, en
las Iglesias ya establecidas. Subraya la urgencia de
la acción misionera en los pueblos no cristianos, y
define a la vez las obligaciones de evangelización
de los misioneros, en relación con las diversas
culturas. La actividad misionera es obligación de
todos, incluso los laicos. El decreto sigue siendo un
revulsivo para los cristianos de retaguardia.
2. Apostolicam Actuositatem (Sobre el apostolado
de los laicos).
Son fijados por primera vez en la historia de la
Iglesia los criterios y obligaciones para la acción
pastoral de los laicos, directamente empeñados en
el apostolado, al lado de la Jerarquía y coordinados
por ella. Pasan de clase pasiva a miembros adultos
y operativos del Pueblo de Dios, con responsabilidades
dentro y fuera de ella. Dedica una parte a la
acción católica o pastoral.
3. Christus Dominus (Sobre el ministerio pastoral
de los obispos).
Fija las obligaciones de los Obispos en el cuadro
de la renovación de la Iglesia, subrayando los
principios de caridad, pobreza y servicio. Regula la
CONCILIO - CATECISMO
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organización de los Obispos en la Nación o el
continente.
4. Inter Mirifica (sobre los medios de comunicación
social).
En su contenido y estructura el más pobre, pero
el hecho de entrar en su deliberación, actuó como un
despertador de la conciencia sobre un fenómeno
transcendental y fascinante de la humanidad de
hoy, la era de la información. Las comunicaciones
sociales son instrumentos para difundir el mensaje
cristiano a los hombres de hoy y ayudarlos a mejorar
su cultura.
5. Optatam Totius (Sobre la formación sacerdotal).
Contempla los seminarios y su actualización
para la formación inicial de los clérigos, y el papel
del clero joven en la renovación de la Iglesia.
6. Orientalium Ecclesiarum (Sobre las Iglesias
Católicas Orientales).
Da algunas disposiciones para los católicos de
los ritos orientales, como algunas colaboraciones
religiosas y sociales con ortodoxos, y matrimonios
mixtos.
7. Perfectae Caritatis (Sobre la renovación de la
vida religiosa).
Contempla algunas actualizaciones en la vida
consagrada (monjes, frailes, hermanas) a fin de
que, sabiendo conservar la vida de radical testimonio
cristiano mediante la práctica de los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia según
la propia Regla de vida, se actualicen para ser
más eficaces en el mundo moderno.
8. Presbyterorum Ordinis (Sobre el ministerio y
vida de los presbíteros).
Contempla la renovación de la vida de los sacerdotes
y su ministerio, según el espíritu general del
Concilio, subrayando el principio de la caridad
pastoral y la donación total a los demás, especialmente
de los más pobres, y de la fraternidad
sacramental entre ellos.
9. Unitatis Redintegratio (Sobre el Ecumenismo).
Declara la posición de la Iglesia abierta a la
reconciliación con los hermanos separados de Oriente
(ortodoxos) y Occidente (protestantes). La unión
de los cristianos no es sólo acción de Dios; se basa
en el testimonio cristiano y la oración. Es el Acta
fundacional del Movimiento ecuménico católico
que, desde entonces, han alentado los Papas, con
logros evidentes por ambas partes, pero sin vislumbrar
todavía síntomas indicadores de la proximidad
de la Unión. No se puede ser católico sin ser
ecuménico.
c) DECLARACIONES CONCILIARES
El Concilio estudió, deliberó, refrendó y aprobó
también tres importantes declaraciones acerca de
tres temas fundamentales para la vida católica.
Deben interpretarse como opiniones acerca de la
Iglesia en ciertos temas específicos. Aunque de
menor rango magisterial, son sumamente importantes
y significativas, de cara al futuro de la Iglesia
y de la humanidad. Todo eso era rigurosamente
nuevo en un Concilio universal. Estas son:
1. Dignitatis Humanæ (sobre la libertad religiosa).
Contempla la necesidad de garantizar la libertad
religiosa para todas las religiones. Los católicos y
los gobiernos deben promoverla. El principio de la
libertad religiosa está fundado en la dignidad y el
respeto de la persona humana. Resultó enormemente
significativa, en la memoria histórica del
Syllabus, como una apología católica de la libertad,
sin impedimentos ni coacciones, para profesar,
vivir y proclamar las propias creencias; una vía
nueva también para la aconfesionalidad o laicismo
del Estado.
2. Gravissimum Educationis munus (sobre la educación
católica de la juventud).
Cubrió un área pastoral y social de incalculable
alcance y afianzó la presencia comprometida de la
Iglesia en ese campo. Contempla las obligaciones
de la escuela cristiana y reafirma el principio de la
libertad de enseñanza en cada país y el derecho de
los padres de familia.
3. Nostra Ætate (sobre la relación de la Iglesia con
los no cristianos).
De cara a los otros dos grandes monoteísmos
históricos de la humanidad, el judío y el musulmán,
el Concilio con mano extendida y corazón
abierto marcha hacia la buena avenencia y la
mutua colaboración. De los hebreos nacieron Jesús
y María; no es pueblo deicida ni maldito; y los
musulmanes, como nosotros, creen en un solo
Dios. Se abrió así una nueva era de comprensión
interreligiosa, que tendría su momento cenital en
Asís, y se muestra como un imperativo histórico
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CONCILIO - CATECISMO
de primera magnitud en la preocupante confrontación
de civilizaciones.
EL POST CONCILIO
Cada uno de esos documentos ofrece a todos los
cristianos la nueva conciencia que la Iglesia tiene al
presentarse al mundo, y el nuevo perfil de cristiano
y de lo cristiano. La legislación y aplicación posteriores
constituyen el post concilio, que más que un
tiempo cronológico es un clima y un estilo. Se trata
de la renovación bíblica, ecuménica, litúrgica, pastoral,
con el protagonismo de los laicos en la Iglesia
y en el mundo.
Entre lo más significativo de la nueva programación
de la Iglesia está el Sínodo de los Obispos, una
Institución de alcance y peso, aún dentro de su
carácter consultivo. Ha dado origen a notables
Exhortaciones pontificias sobre argumentos que
van guiando a la Iglesia en su contextualización
histórica.
Con el Papa Juan Pablo II sobresalen tres realizaciones:
el nuevo Código de Derecho Canónico,
que traduce a normativa universal las grandes
formulaciones y directrices conciliares; el Catecismo
de la Iglesia católica, implantado a partir de
1992, con singular trascendencia en su campo; y el
Gran Jubileo que abre el segundo milenio cristiano.
La repercusión inmediata del Concilio en los
organismos y estructuras de las Iglesias locales
fueron menos llamativos, pero muy determinantes
de la renovación pastoral de las diócesis. Con los
Sínodos diocesanos, la creación del Consejo
Presbiteral y, en su seno, del Colegio de Consultores;
los Vicarios episcopales incorporados al Consejo
de Gobierno del Obispo, el Consejo Pastoral de
las Diócesis y otros servicios curiales de
dinamización pastoral, quedaron mejor vertebradas
las Iglesias locales, con frutos más palpables.
A los religiosos, abrió camino a sus Capítulos
generales o regionales para la revisión de sus Constituciones
respectivas. Un movimiento mundial de
revisión renovadora que, en numerosos casos ha
tenido casi carácter de refundación.
También hubo una serie de confrontaciones,
inevitables en todo cambio histórico, entre el empuje
innovador y el aferramiento al pasado, entre
grupos progresistas y conservadores. La Iglesia
registró un doble y prolongado choque: primero,
entre mentalidades y grupos contrapuestos que rondaron
los linderos de la incomunión aunque sin
llegar a la fractura eclesial; y el segundo, de notables
desencuentros de grupos o personas con los
pastores de la Iglesia, a los que unos recriminaban
su morosidad en la aplicación del Concilio, o ellos
lo interpretaban a su antojo, mientras que otros
hacían caso omiso, con resistencia pasiva, de la
renovación conciliar. Se desmoronaba el viejo orden,
sin que el nuevo se acabara de implantar. Esas
situaciones tuvieron historiales propios en todas las
Diócesis, Instituciones y Comunidades del mundo
católico.
Casi a la vuelta de los Padres conciliares a sus
sedes, afloró a la superficie de la Iglesia, un extraño
y profuso malestar, teñido de desencanto, agitado
en todas partes por aires contestatarios, y arrastrado
por corrientes culturales de la época: el Mayo
francés, el Movimiento hippy, muy extendido en el
mundo occidental, y la moda intelectual marxista
de la Europa comunitaria precedente a la caída del
muro de Berlín.
El indicador más expresivo de la crisis interna de
la Iglesia fue la enorme oleada de secularizaciones
en el clero diocesano y las Congregaciones religiosas
de hombres y mujeres. Pablo VI, en una decisión
costosa y audaz, dio el paso, con los oportunos
expedientes, al cese en el ministerio sacerdotal
activo, incluida la dispensa del celibato, a los sacerdotes
que se encontraran con graves dificultades
para permanecer en ese estado. Miles de consagrados
abandonaron el ministerio o Instituto religioso
para pasar al estado secular. Una sangría sin precedentes,
no compensada por otros ingresos en los
Seminarios y Noviciados. Y una mentalidad de que
los seres humanos no pueden adquirir compromisos
de por vida, dinamitando así la estabilidad del
sacerdocio, de los votos religiosos, del matrimonio
sacramental y de los compromisos asociativos de
los laicos.
La inmersión de la Iglesia en el mundo, que
propició con acierto la Gaudium et spes, fue
malentendida por muchos, laicos y clérigos, reduciendo
el compromiso cristiano a compromiso temporal
y éste al social y reivindicativo, identificando
así la autenticidad evangélica con la denuncia sistemática
y la creación de conflictos. Los grandes
CONCILIO - CATECISMO
pág. 12 Bol-357
valores evangélicos que aquí se barajan se
contaminaron por una dialéctica marxista que
implicó a muchos miembros de la Iglesia, en
los ámbitos teológico, pastoral y social.
No puede encajarse sin más en el marxismo
partidista de la época, la explosión, llamémosla
cultural de Mayo del 68, a los dos
años y medio de la clausura del Concilio y en
plena ebullición de los cambios en la Iglesia.
El cataclismo de París y de Nanterre fue un
estallido por sorpresa, de combustibles acumulados
dentro o fuera de las aulas, en extraña
coalición con el obrerismo revolucionario
y en usufructo acelerado de todos los malestares
latentes en la sociedad francesa. Una
fiebre colectiva que hizo estallar los termómetros
y repercutió inexplicablemente en todo
el mundo occidental.
Eran eslóganes fascinantes: Prohibido prohibir
o, Sean razonables, pidan lo imposible,
hicieron presa en los ambientes más insólitos.
De carácter cultural, se expandía por América
y Europa el Movimiento hippy, con sede en
la Universidad Berkeley. Significó una ruptura
de modelos de existencia, talante
antisistema. Hubo abusos en las celebraciones
litúrgicas, se abandonaron distintivos visibles
en la indumentaria del clero y el hábito
religioso, con un desprecio a la norma.
La crisis se prolongó bastantes años. En el
84, en el libro-entrevista de Vittorio Messori
con Card. Ratzinger Informe sobre la fe, este
afirma que «el balance de estos veinte años
postconciliares es claramente desfavorable
para la Iglesia», con referencias a la liturgia,
la catequesis, la teología y la vida de los
religiosos en que se respiraba espíritu
anticonciliar.
El Sínodo de los Obispos de 1985, hizo un
alto en el camino para efectuar un balance
escrupuloso de lo que fue el Concilio en sí y
para la Iglesia ratificando para siempre que el
Vaticano II fue un don extraordinario para la
Iglesia y han de mantenerse invariables todos
los textos sancionados por él. Lo ratificó con
mucha fuerza el mismo año Juan Pablo II en
su Exhortación Apostólica Tertio millenio
adveniente.
SIGNIFICADO
DEL CONCILIO VATICANO II
El mundo actual parece ir despreocupadamente a la
deriva. La Iglesia, por el contrario, sabe perfectamente
hacia dónde va. Desde el Concilio Vaticano II ha descubierto
el rumbo que debe tomar para llegar a la meta que
Dios le señala. Es el gran acontecimiento eclesial del siglo
XX, sólo comparable al Concilio de Trento en el siglo
XVI, que afectó todos los sectores de su vida. Nada queda
igual después. Con esa gracia Dios benefició a la Iglesia.
Es brújula segura para el caminar de la Iglesia, punto de
referencia para la evangelización del tercer milenio (TMA
18, NMI 57,2-3).
Es preciso que sus textos no pierdan su valor ni su
esplendor; que sean conocidos y asimilados como textos
cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la
Tradición de la Iglesia. Después de cincuenta años, urge
una segunda recepción por parte de las generaciones del
postconcilio. Para medir el grado de aceptación,
contextualizarlo en nuestro tiempo, y hacer una lectura
pastoral de su totalidad.
No sólo sus 16 documentos (4 Constituciones, 9 decretos,
y 3 declaraciones), sino su espíritu, sus opciones
y su dinamismo para construir un futuro.
Hemos vivido cambios extraordinariamente rápidos,
hasta ser un cambio de época. Este período ha estado lleno
de conflictos, tanto sociales como eclesiales. Se han
publicado un sin número de documentos pontificios, de
Congregaciones romanas, de sínodos, y Conferencias
episcopales. Todo ésto no nos ha dejado tiempo para
asimilar con clama, releer y madurar el mensaje del
Concilio, el mayor acontecimiento eclesial del siglo XX.
¿Qué significa el Concilio para nosotros?
1º Un llamado a dar un rostro nuevo a la Iglesia.
Una Iglesia rejuvenecida, llena de ilusión y esperanza,
no anclada en el pasado sino avocada al futuro.
Una Iglesia comunión, que une las varias generaciones
y tendencias, en colaboración pastoral. No hay izquierda
ni derecha, avanzada ni retaguardia, primer o tercer
mundo, sólo una comunidad de hermanos que avanza
hacia Cristo.
Una Iglesia responsable de llevar los valores del Evangelio
a la marcha del mundo, promoviendo la justicia,
anunciando la verdad, restableciendo la paz, hermanando
solidariamente a pobres y ricos.
Una utopía que nos mantiene en constante tensión
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CONCILIO - CATECISMO
interna, sacudiendo nuestras seguridades, para vencer
los obstáculos y avanzar en el proyecto del
Reino.
2º Un impulso a la renovación pastoral.
Juan XXIII convocó un Concilio, no para condenar,
sino para presentar al mundo un nuevo rostro de
Iglesia. Pretendía la propia conversión, no la ajena. La Iglesia asume el camino del hombre. No agreganuevas actividades; adapta su lenguaje y organización¿a las nuevas situaciones de un mundo en constante cambio. Su discernimiento desencadenó una gran actividad con un nuevo espíritu. Situó al conjunto de glesia diocesana en su misión evangelizadora, responsable y consciente, en comunión y participación. La pobreza, las sectas, el consumismo, el vacío de sentido llenado con drogas y diversión, piden formas nuevas de presencia de la Iglesia.Fue un concilio revolucionario: cambió la visión: de una institución estática y perfeccionista, al pueblo de Dios que peregrina en el mundo.
3º Promueve una Iglesia comunión.
Como pueblo de Dios, todos los cristianos participamos
de modo único e irremplazable en la misión
que la Iglesia recibió de Cristo, clero y laicos.
El laico es testigo de Cristo y signo en el mundo.
La Iglesia se constituye en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es una
comunidad de comunidades: diócesis, parroquias,
comunidades de base, familias.
Quien aspira al cielo debe luchar para que la
tierra prepare eficazmente el otro mundo. Al descuidar
sus deberes temporales, el cristiano pone en
peligro su salvación eterna.
El cielo y la tierra, lo religioso y lo social, la fe
y la política, la virtud y la economía, se distinguen,
pero no se separan. La Iglesia está presente y activa
enmedio de las realidades del mundo gracias a los
laicos.
La Iglesia evangeliza el mundo actual, encarnada
en el corazón de la modernidad. Independiente
de los poderes temporales, atiende a los últimos:
Iglesia de los pobres.
4º. Superar el cansancio y la tentación de volver
atrás.
La ilusión del Concilio chocó con la dura realidad
y la oposición. Varios conflictos hicieron decaer
el interés. Avanzamos a ritmo más lento,
aunque seguro. Con menos recursos, enfrentamos
actitudes de indiferencia, paganismo y cerrazón al
Evangelio de parte de los mismos cristianos.
No pocos añoran el esquema rígido e intocable
de antes, que daba seguridad. Ciertas consecuencias
no deseadas han creado cierto recelo, ocasionando
un nuevo clericalismo e insensibilidad ante
la realidad de hoy.
Algunos quieren limitar el Concilio a un momento
del pasado, y hacer volver a la Iglesia a la
seguridad del Derecho y el Dogma, encerrándola en
sí misma: una versión restaurada de la eclesiología
antigua. Los cambios vitales de la sociedad no son
instantáneos, sino un proceso con dinámica propia.
El Concilio fue un paso del Espíritu Santo que
ilumina el nuevo milenio y ofrece los criterios para
formar las nuevas generaciones de sacerdotes y
agentes de pastoral. Como rica mina, entre más se
le extrae, más se le encuentra.
CONCLUSIONES
El Concilio Vaticano II es: «citado por todos,
estudiado por pocos, comprendido por más pocos,
y ajeno a la vida de nuestras comunidades». Revisemos
si los principios, valores, criterios, doctrina,
propósitos y mística del Concilio son los que animan
nuestra acción pastoral, y mantienen la fidelidad
en la transmisión del mensaje evangélico adaptada
a los tiempos y circunstancias cambiantes que
vivimos. La letra jamás debe apartarnos del espíritu
del Concilio, ni el espíritu debe separarse de la letra.
No podemos reducir el Concilio a sus documentos,
sin el espíritu de renovación que lo animó. Es una
inspiración, una fuerza y un aliento. La inspiración
no existe sin poema, ni la fuerza sin vector, ni el
viento puede empujar la nave sin velas.
Dice el Papa Beato Juan Pablo II en la Carta
apostólica «Novo Millennio ineunte»: «¡Cuánta
riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las
orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano
II!... A medida que pasan los años, aquellos textos
no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario
leerlos de manera apropiada y que sean conocidos
CONCILIO - CATECISMO
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y asimilados como textos cualificados y normativos
del Magisterio, dentro de la Tradición de la
Iglesia. Después de concluir el Jubileo siento más
que nunca el deber de indicar el Concilio como la
gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado
en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido
una brújula segura para orientarnos en el camino
del siglo que comienza» (NMI 57).
Y en Tertio Millennio Adveniente: «El examen
de conciencia debe mirar también la recepción del
Concilio, este gran don del Espíritu a la Iglesia al
final del segundo milenio. ¿En qué medida la
Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el
alma de la teología y la inspiradora de toda la
existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum?
¿Se vive la liturgia como ‘fuente y culmen’ de la
vida eclesial, según las enseñanzas de la
Sacrosanctum Concilium? ¿Se consolida, en la
Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la
eclesiología de comunión de la Lumen gentium,
dando espacio a los carismas, los ministerios, las
varias formas de participación del Pueblo de Dios,
aunque sin admitir un democraticismo y un
sociologismo que no reflejan la visión católica de
la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II?
Un interrogante fundamental debe también plantearse
sobre el estilo de las relaciones entre la
Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares,
presentes en la Gaudium et spes y en otros documentos,
de un diálogo abierto, respetuoso y cordial,
acompañado sin embargo por un atento discernimiento
y por el valiente testimonio de la
verdad, siguen siendo válidas y nos llaman a un
compromiso ulterior» (TMA 36).
Benedicto XVI, todavía en la capilla Sextina, en
su primera alocución a los Cardenales del Cónclave,
dijo: «…El Papa Juan Pablo II presentó con
acierto al Concilio Vaticano II como ‘brújula’
para orientarse en el vasto océano del tercer
milenio. También en su testamento espiritual anotó:
‘Estoy convencido de que durante mucho tiempo
aún las nuevas generaciones podrán recurrir a
las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha
regalado’ (17 marzo 2000). Por eso, también yo, al
disponerme para el servicio del Sucesor de Pedro,
quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad
de proseguir en el compromiso de aplicación del
Concilio vaticano II, a ejemplo de mis predecesores
y en continuidad fiel con la tradición de dos mil
años de la Iglesia. Este año se celebrará el cuadragésimo
aniversario de la clausura de la asamblea
conciliar (8 diciembre 1965). Los documentos conciliares
no han perdido su actualidad con el paso
de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan
particularmente pertinentes ante las nuevas
instancias de la Iglesia y de la actual sociedad
globalizada».
¿Necesitamos un nuevo Concilio? Aún no ponemos
en práctica todo lo que nos señalado. La
respuesta a las nuevas situaciones y los problemas
que surgen pueden resolverse desde el Sínodo de
los Obispos, las Conferencias episcopales y otras
instituciones, pues sólo requieren avance teológico
o pastoral: ejercicio del Ministerio petrino, de
la Colegialidad de los Obispos, la sinodalidad de
todo el Pueblo de Dios, con acento sobre las
mujeres; el neopaganismo, manifestado en indiferencia
religiosa, secularismo radical, materialismo
práctico, latente en el consumismo y el hedonismo,
que llamamos postmodernidad y desemboca
en un difuso nihilismo; el rechazo a los dogmas
y verdades firmes, tildados de fundamentalistas y
obsoletos, relegando el hecho religioso a la esfera
privada. Es una atmósfera en la que nos movemos
y respiramos modos de pensar y obrar, impuestos
por la cultura dominante, que circula profusamente
por las redes mediáticas y el consumo brutal y
masivo de la televisión. Sin opciones de fuga o de
cruzada, tenemos por delante el camino de un
testimonio explícito, vigoroso y humilde de la fe,
la purificación y el fomento de la religiosidad
popular y el dialogo paciente. Y, sin pretensiones
de final feliz, apuntalar siempre la centralidad del
Señor resucitado, en la persona y en la acción de
sus seguidores.
No hay una Iglesia del futuro, sino una misma
Iglesia siempre nueva que se va rejuveneciendo.
Ante varios mesianismos modernos y un clima de
desilusión y de cansancio, es preciso un nuevo
aggiornamento: despertar, renovar, revitalizar y
corroborar la letra y el espíritu de la Carta Magna
de la renovación de la Iglesia. No caigamos en la
tentación de separar, homogeneizar, reducir o totalizar
sus contenidos, pues a lo largo del post
concilio han logrado clarificarse y discernirse su
aplicación.
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CONCILIO - CATECISMO
El Catecismo de la Iglesia Católica es el texto
que contiene las verdades cristianas fundamentales,
formuladas en forma clara, de modo que resulte
fácil su comprensión, aprendizaje y recepción viva.
La palabra «catecismo» viene de «catequesis
», una palabra griega que los
antiguos usaban para el teatro y significa:
hacer resonar como un eco. Esta voz
no aparece en la Biblia, pero fue adoptada
muy pronto por la naciente Iglesia
para designar la tarea de hacer discípulos.
Hace resonar el mensaje de Jesús
para que todos lo acojan y cambien su
vida.
Para consolidar el anuncio de la salvación,
los hechos y palabras de Jesús
debían provocar un eco en la inteligencia
y en el corazón de los oyentes para
transformar toda su vida. Ese eco lleva
más de veinte siglos resonando: es el eco
de la Palabra vida de Dios. Y al libro que
con el tiempo serviría de subsidio habitual para esta
tarea se le llamó «catecismo». Y ha adoptado muy
diversas expresiones, de acuerdo a sus destinatarios
o a los métodos didácticos religiosos que use.
Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente
la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición
viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico,
así como la herencia espiritual de los Padres, de los
santos y santas de la Iglesia, para permitir conocer
mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del
Pueblo de Dios.
Debe tener en cuenta las explicaciones de la
doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la
Iglesia a lo largo de los siglos. Es preciso también
que ayude iluminar con la luz de la fe las situaciones
nuevas y los problemas que en el pasado aún no se
habían planteado.
HISTORIA DEL CATECISMO
En el Antiguo Testamento se transmitía al pueblo
la Palabra de Dios como enseñanza de vida:
«Junta al pueblo delante de mí para que oigan mis
palabras y aprendan a servirme todo el tiempo que
vivan sobre la tierra y lo enseñen a sus hijos» (Dt
4,10); «Enseñen a sus hijos a meditar las enseñanzas…
las escribirás sobre las puertas de tu casa» (Dt
11,19-20).
Jesús «enseñaba» y «era maestro
» (Mt 9,35; Mc 1,21; Lc 21,37).
Los primeros cristianos transmitían
el mensaje de Jesús, primero oralmente,
y posteriormente usaron listas
de sentencias de Jesús y de milagros,
de donde su fueron formando
las tradiciones de los Evangelios
canónicos.
En Siria, a fines del siglo I, se
recopiló la «Didajé» o «Doctrina
de los apóstoles»: una guía para
instruir a los que se preparaban para
ser cristianos y para ordenar toda la
vida de la comunidad según un esquema
de dos caminos: el de la vida
y el de la muerte.
A inicios del siglo V, San Agustín, a petición de
un catequista, escribe «De catechizandis rudibus»:
27 capítulos para la profundización en la fe quienes,
«aun siendo cultos en el saber profano, eran rudos
en lo religioso». Parte de la historia de la salvación,
que culmina en la caridad de Cristo, motor de la
historia, quien por su Resurrección da alegría al
catequista y al catequizando.
En el siglo IX se atribuye a Alcuino, consejero de
Carlomagno, la «Disputatio puerorum per
interrogationes et responsiones»: En preguntas y
respuestas para niños abarca la historia sagrada y la
doctrina sobre los Sacramentos, el Credo y el
Padrenuestro. Es precursor de los catecismos modernos,
muy usado hasta el siglo XII.
Su presentación en forma de diálogo entre el
maestro y el alumno facilitaba la enseñanza y el
aprendizaje. Su origen deriva del método utilizado
por los primeros cristianos para los catecúmenos, en
pequeños grupos. Luego se fueron copiando los
rudimentos de la doctrina en pequeños legajos, para
Catecismo de la Iglesia Católica
CONCILIO - CATECISMO
pág. 16 Bol-357
transmitirse a distancia y en el tiempo. Estos escritos
fueron desarrollándose conforme fue progresando el
cristianismo, y una vez consolidado como religión
dominante en Europa se fue diluyendo su uso.
En el Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo,
siglo XII, llama catecismo al libro que contenía la
interrogación fundamental para el Bautismo o la
posterior formación. Pero existían otras obras similares
con otros nombres: Elucidarios, Septenarios
(relación comparativa de los sacramentos, los dones
del Espíritu Santo, las virtudes fundamentales y
vicios capitales, las peticiones del Padrenuestro, las
bienaventuranzas).
Santo Tomás de Aquino publicó folletos de su
predicación popular, con el esquema que será propio
de los catecismos: lo que se debe creer (Credo),
lo que se debe esperar (Padre nuestro), lo que se
debe cumplir (mandamientos), la Gracia para toda
la vida cristiana (Sacramentos).
En 1357 el Arzobispo de York publicó el «Lay
Folks Catechism», bilingüe (latín-inglés) que incluía
el Credo, los Sacramentos, los dos preceptos
de caridad, los site pecados capitales y las siete
virtudes fundamentales.
En 1368 el Sínodo de Lavaur (Narbonne) elabora
un Catecismo Mayor, cuyo aprendizaje es obligatorio
para los sacerdotes, a fin de que pudieran
luego enseñar al pueblo en los domingos y fiestas.
Un decreto del Concilio de Trotosa en 1429
prescribe la redacción de un «breve y útil resumen
de la Doctrina Cristiana» al que llama «Breve
Compendio».
Con el material de sus sermones, Martín Lutero
publicó en 1529 su Catecismo (Mayor), como guía
para los predicadores de su reforma. Luego compuso
otro para «niños y sencillos» llamado
«Enchiridion», que se difundió ampliamente, con
múltiples reediciones, y fue modelo de varias sectas,
con pertinentes modificaciones. Calvino también
usó este método para instruir al pueblo en las
nuevas doctrinas.
Como respuesta a la necesidad de contrarrestar
la influencia del protestantismo, a través de él se
replantearon y sistematizaron los principios del
catolicismo. Surgió una estrategia para atraer adeptos
al catolicismo y conservar los que ya lo eran, a
través de un proyecto de evangelización mediante
las órdenes religiosas y el clero secular. Como parte
de esa estrategia se publicó un catecismo y un
sumario de los artículos de la fe cristiana, destinado
al empleo por parte de los eclesiásticos para explicar
la doctrina.
El catecismo católico, propiamente dicho, emanó
del Concilio de Trento. Publicado en 1566, su
título es «Catechismus ex Decreto Concilii
Tridentini ad Parochos». Se le conoce más como
Catecismo Romano o de San Pío V. Es un Catecismo
Mayor para párrocos, a fin de ayudarlos en su
tarea de hacer más clara y firme la fe en el pueblo.
Por su clara línea doctrinal y metodológica, se
convirtió en modelo para su tiempo y los siglos
siguientes.
El Catecismo de Trento aportó unidad, pero sin
cancelar la vigencia de los textos que habían probado
su validez y no se habían contaminado de protestantismo.
En efecto, San Pedro Canisio desde 1555 había
publicado en Alemania el Catecismo Mayor, el
Catecismo Mínimo y el Catecismo Menor: textos
concretos, inspirados en la Biblia y en los Padres de
la Iglesia. Sin controversias, respondían a lo que se
necesitaba reafirmar en ese momento. Se hicieron
más de 400 reediciones y se tradujo a 50 lenguas.
El Catecismo Romano impulsó la redacción de
nuevos catecismos, los cuales tomaron como punto
de partida y referencia al tridentino, pero fueron
pensados para destinatarios y circunstancias particulares.
El Catecismo Mayor se destinaba a los
Obispos, párrocos y catequistas; y el Catecismo
Menor a niños, jóvenes o adultos en distintos niveles
y circunstancias. Resaltaron más el contenido
que el método.
Por ejemplo, el Catecismo del III Concilio Provincial
de Lima, escrito en castellano, quechua y
aymara, adaptado a esa región y cultura. Sus varios
libros (Doctrina cristiana, Catecismo, Confesionario,
Sermonario) se imprimieron en Perú de
1584 a 1585.
Imposible citar todos los catecismos que encontramos
en cada región: San Roberto Bellarmino,
Fleury, Casati, Migazzi, Deharbe, Dupanloup, San
Pío X.
Aunque eran ediciones con reducido número de
ejemplares, existieron muchos antes de la invenBol-
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CONCILIO - CATECISMO
ción de la imprenta. Se les ha llamado «Doctrina
Cristiana», «Compendio de la Fe». Cada uno tiene
su estructura, relevando un aspecto, pero por su
contenido y finalidad todos se encierran en la categoría
de Catecismo.
Para suplir las copias manuales, se usaron «tablas
» para grabar las verdades de la fe y las oraciones,
colocadas en lugares visibles de la casa o de la
iglesia, a fin de que todos aprendieran su contenido.
Otras veces fueron catecismos por estampas, que
no sólo servían para los analfabetos, sino como
útiles subsidios didácticos para todos.
El Catecismo Mayor fue Prescrito por San Pío
X el 15 julio 1905. Se publicó para la exposición de
un modo claro los rudimentos de nuestra fe católica
y de aquellas divinas verdades con que debe informarse
la vida de todo cristiano.
Los Catecismos en México
En México, desde el tiempo de la Colonia, se
hicieron populares los Catecismos de Astete y de
Ripalda. También gozaron de mucha difusión el
catecismo del abate Claude Fleury y el del padre
Castaño, y en menor medida el de Antonio Núñez
de Miranda, el de Cayetano de San Juan Bautista y
el de Ignacio Paredes, entre otros.
El Catecismo de Astete fue
escrito por el P. Gaspar Astete.
Es un compendio simple de lo
que el cristiano debe saber y cumplir
para salvarse. Sirvió a la
gran expansión católica de la
contrarreforma y la Evangelización
del Nuevo Mundo. El Padre
Gaspar Astete nació en 1537 y
murió en 1601. Su catecismo tuvo
gran difusión, de suerte que se
contabilizan más de mil ediciones.
A la parte original de Gaspar
Astete (1537-1601) le hizo adiciones
Gabriel Menéndez de
Luarca (1742-1812), y modificaciones Benito Sanz
y Flores.
El «Catecismo de Ripalda» es la exposición
breve de la doctrina cristiana, escrito por el Padre
Jerónimo Martínez de Ripalda con el objetivo de
poner al alcance de los niños las bases de la doctrina
cristiana. Se utilizó no sólo para enseñar la doctrina
cristiana, sino también español, civismo y lectura.
Se tradujo al menos al náhuatl, otomí, tarasco,
zapoteca y maya. En él aprendieron normas de
comportamiento social niños de una escuela poblana
del siglo XVIII, o una concepción del mundo estudiantes
de un colegio michoacano a mediados del
siglo XX.
El P. Ripalda, nació
en Teruel de
Aragón en 1536. En
1551 ingresó a la Compañía
de Jesús. Tuvo a
su cargo las cátedras
de filosofía y teología
y fue rector de la Universidad
de
Salamanca. Se distinguió
como orador sagrado.
En 1618 publicó
el Catecismo y exposición
breve de la
doctrina cristiana.
También se imprimió
su libro Suave coloquio del pecado con Dios.
Murió en Toledo ese mismo año, a los 82 años.
Pedro de la Rosa, editor poblano, obtuvo del Rey
permiso exclusivo para editarlo en la Nueva
España. Sea en Comitán o en Santa Fe,
este librito impreso en Puebla pasaba de
mano en mano hasta deshojarse y perderse.
Fueron decenas las ediciones en miles
de ejemplares.
En el Fondo Lafragua de la Biblioteca
Nacional, la más antigua edición data de
1758 (Catecismo y exposición breve de la
doctrina cristiana con un tratado muy útil
con que el christiano debe ocupar el tiempo
y emplear el día). Hay otras ediciones
en castellano de 1784, 1810, y varias en
náhuatl, otomí y tarasco. En la época independiente
continuó editándose en Puebla,
ya no de manera exclusiva. Ambrosio Nieto lo
seguía publicando y distribuyendo a todo el país en
1940.
Se concebía a la naturaleza, al mundo y al
hombre girando en torno a Dios y el fin último del
conocimiento era acercarse a Dios a través de la
comprensión de sus designios para el hombre; todo
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lo demás era estudiado sólo como medio para ese
fin. Aprendiendo los niños la doctrina cristiana y
sus postulados llegarían a obtener la gracia divina,
objetivo de la vida en la tierra. A través de las
normas de la cristiandad, aprendían una concepción
del mundo, y una manera de relacionarse con
los iguales (la autoridad, los subalternos, la sociedad
en su conjunto), ubicándose en el universo
social y con relación a los elementos circundantes.
Adquirían una identidad propia y asimilaban las
normas del comportamiento de la sociedad colonial,
aceptando su papel dentro de una jerarquía
sumamente rígida.
Conforme el humanismo se difundía y la modernidad
penetraba al catolicismo, los conocimientos
útiles para la vida adquirieron mayor relevancia en
el programa escolar. La doctrina cristiana, la lectura,
la escritura y la aritmética fueron contenidos
obligatorios por las reformas borbónicas. Se fue
transformando en un medio para aprender a leer.
Las Cortes de Cádiz y algunas de las primeras
constituciones de los estados independientes de
México añadieron a las primeras letras el estudio de
los derechos y deberes del hombre en sociedad.
Después de la independencia, el método
lancasteriano fue predominando en México. Distribuyendo
el tiempo escolar, y definiendo como
contenidos fundamentales la lectura, la escritura y
la aritmética, apenas dejaba tiempo para aprender
la doctrina cristiana dentro del horario de clases.
Era necesario contar con un texto sencillo y directo.
La lealtad a Dios y a la autoridad se traducía en
lealtad a los gobernantes del naciente Estado mexicano.
El catolicismo era el único lazo de identidad
que unía a los mexicanos tan dispersos social y
geográficamente y tan diversos culturalmente. Protegía
así la integración nacional.
En las primeras décadas del México independiente
las escuelas públicas sostenidas por los municipios
y los gobiernos de las entidades se multiplicaron.
En la mayoría de ellas se utilizaba como
texto el catecismo de Ripalda.
En 1853 el presidente Lombardini en las «Reglas
que deben observarse en el ramo de la instrucción
primaria» decretó que debía enseñarse en las
escuelas «el catecismo de Ripalda, Fleury y obligaciones
del hombre por Escoiquiz». Un año después,
el presidente Santa Anna dispuso que «en todas las
escuelas de la República se enseñe la Doctrina
Cristiana por el catecismo del Padre Ripalda aprobado
por el Arzobispo de México (decreto de 13
enero 1852)». Estas medidas buscaban fortalecer el
catolicismo como sustento de la nacionalidad, frente
a la influencia de la cultura anglosajona y del
protestantismo, sobre todo tras la invasión norteamericana
y la amputación de más de la mitad del
territorio mexicano.
Hubo cambios tras la revolución de Ayutla. En
la Ley General de Instrucción Pública para el Distrito
Federal y Territorios de 1861 ya no se mencionó
al catecismo religioso. Ignacio Manuel
Altamirano, entre otros, lo criticó duramente como
libro de texto. En su defensa Rafael Gómez publicó
un libro en 1871. Tras cuatro décadas como Estado
independiente, un nacionalismo laico iba desplazando
al sentimiento religioso como ideología
integradora. Los liberales más ortodoxos abogaron
por la enseñanza libre, pero si la libertad educativa
contribuía al fortalecimiento político de la Iglesia,
había que sustituirla por la educación laica. En las
escuelas del último tercio del siglo XIX, el catecismo
fue sustituyéndose por catecismos o cartillas de
moral (Nicolás Pizarro Suárez, Compañía
Lancasteriana, Luis Felipe Mantilla y Mariano
Galván Rivera, entre otros). Ripalda fue limitándose
a las iglesias y escuelas confesionales. Maestros
rurales lo seguían utilizando en escuelas públicas
para promover su concepto de moral entre los
niños.
El libro está compuesto de tres partes. La primera
está integrada por una especie de anexos para
consulta. La segunda, por las oraciones básicas y
los principios doctrinarios. Y la tercera constituye
el catecismo propiamente dicho, es decir el conjunto
de preguntas y respuestas para la presentación
didáctica de las oraciones y bases de la doctrina.
Comienza con las «advertencias», fiestas de los
indios, tabla de fiestas móviles; Santos de cada día
del año: una versión de los «añalejos». Sigue la
Oración del Santo del día, con un espacio en blanco
para incluir el nombre, y la «Salutación» para
empezar la jornada.
La segunda parte inicia con nueva paginación:
«El Texto de la Doctrina Christiana». Las dos
primeras páginas justifican y enseñar la Señal de la
Cruz. Enseguida se presentan el Padre Nuestro, el
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CONCILIO - CATECISMO
Ave María, el Credo, la Salve, los Diez Mandamientos
de la ley de Dios, los cinco de la Santa
Madre Iglesia, los Siete Sacramentos, los 14 Artículos
de Fe, las Obras de Misericordia, los Pecados
Capitales, las Virtudes, los peligros y las potencias
del alma, los sentidos, los dones y los frutos del
Espíritu Santo y las Bienaventuranzas. Finalmente
viene la lista de actos con que se perdona el pecado
venial, las postrimerías del hombre (muerte, juicio,
infierno y gloria) y el «Yo pecador». Todas estas
oraciones se debían aprender paulatinamente dentro
de un contexto explicativo para cada una, a
través del catecismo propiamente dicho que constituye
la tercera parte del texto.
A través del sistema de diálogo se buscaba que
el niño fuese aprendiendo los rezos de la segunda
parte, partiendo de un razonamiento, una explicación
del sentido de cada oración y cada frase. Se
hacen preguntas referidas a la oración correspondiente
y luego se deja el espacio para que el niño la
repita de memoria. Los preceptores podían seguir el
catecismo desde sus primeras páginas, y hacer
aprender al niño primero las oraciones sueltas y
luego la parte de preguntas y respuestas, lo que es
árido, y tedioso; o iniciar desde la tercera parte, con
las preguntas y respuestas e ir memorizando cada
oración en su contexto. Esto hacía del
adoctrinamiento un proceso razonado, interesante,
fructífero, donde había reflexión y análisis con un
buen instructor, relacionando el texto con el sujeto,
su concepto de sí, el afianzamiento de sus valores,
sus vivencias cotidianas y a guiar sus objetivos en
la vida conforme al dictado de la autoridad.
Es el ideal humano hacia el que se quería conducir
a los estudiantes. En este librito se resumen el
conjunto de valores que se estaban promoviendo de
manera expresa. Los funcionarios estatales encargados
de fomentar la instrucción pública ¿cómo no
difundir este concepto ético, y hacer obligatorio
este compendio de moral en bien de la sociedad? En
esta perspectiva se explica la aceptación de este
texto tanto por pensadores tradicionales como por
ilustrados; y su vigencia igual en las escuelas
parroquiales del siglo XVIII que en las
lancasterianas, símbolo de la modernización educativa
del siglo XIX.
Se concebía a Dios como el centro y el objetivo
del conocimiento, pero su utilidad trascendió al
humanismo. Y fue traído para conducir al niño
«salvaje», desde una forma de vida propia de una
sociedad rural dispersa, hacia la que facilitara el
desarrollo de una sociedad industrial, urbana. Más
allá de su contenido expreso y de los imperativos
categóricos o valores universales, subyacía también
la ética de la propiedad privada, del respeto
incuestionable a la autoridad, en sus jerarquías; la
exaltación del individuo, el mérito al esfuerzo personal

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